Grabados

LUGO

20 ene 2012 . Actualizado a las 06:00 h.

Hay un juez, venerado y vituperado como si fuera un personaje de la televisión, que se sienta estos días en el banquillo por haber utilizado supuestamente de forma ilegal las escuchas secretas en la instrucción de un caso. Pinchar teléfonos o colocar micrófonos ocultos permite perseguir delitos que de otro modo quedarían para siempre sin pena, aunque es un instrumento que debe ser utilizado con extrema cautela. No es extraño que en una conversación en la que se cierra un negocio ilícito se mezclen pasajes que pertenecen solo a la intimidad de los espiados.

La tragedia del Costa Concordia viene trufada de trazos que serían chuscos si no fuera porque hay muertos, desaparecidos y pasajeros que no olvidarán en la vida las horas de angustia que han vivido la noche del viernes 13. La grabación de las conversaciones entre el comandante del crucero y el capitán marítimo de Livorno retrata a un personaje frívolo, tramposo e irresponsable. Fue tal vez su fanfarronería lo que le impidió valorar la vida de las 4.000 personas que tenía en sus manos. Pero más patético que las palabras del capitán italiano resulta el gesto, entre petrificado e indolente, del exdirigente popular Ricardo Costa en el juicio del caso Gürtel. Tuvo que escucharse a sí mismo, en una conversación grabada por la policía, rogarle al personaje apodado el Bigotes que le metiese «una ideíta en la cabeza» a Camps para que lo hiciese conseller.

Hay conversaciones grabadas -por orden de un juez, porque un micrófono se quedó encendido o porque lo requiere el desempeño de un trabajo- que son muy esclarecedoras sobre algunos rasgos que aderezan la condición humana. Nada peor que un chuleta bravucón.