Son días de despedidas en Lugo. La vieja ciudad amurallada dijo adiós a los torques del legado de Álvaro Gil. Al menos por ahora. También se queda Lugo cada año sin las casetas del pulpo y vuelven una y otra vez, una y otra vez; ahora están a punto de irse de nuevo. Los torques idos son la representación precisa de los tiempos que corren. Son la diferencia entre el alma grande de Álvaro Gil y la probada capacidad para el regateo de algunos de sus descendientes. Son también evidencia innegable del nivel alcanzado por la inteligencia política que dirige las instituciones, más radicada a la altura de los asientos de las poltronas que por encima de los hombros. Se van los torques mientras en la sede de la Policía Local inician el trámite para cambiar las porras de reciente entrega, faltas de suficiente consistencia y rigidez, por otras, que, menos propensas a capitular inoportunamente, sirvan para lo que debe servir una porra comme il faut. Y, al mismo tiempo que los torques y las porras endebles, se van también un montón de puestos de trabajo en la cementera de Oural. Sí, son días de despedidas.
En Lugo, con la vista puesta en la plaza de San Marcos, en lo que se refiere al legado de Álvaro Gil se puede decir lo que opinó, según acreditados cronistas, el rey de Arias Navarro poco antes de que el político presentase su dimisión: «Un desastre sin paliativos». Los desastres no siempre son evitables, como enseña la Historia. Pero puestos a luchar con la espalda contra la pared, cabe esperar al menos que haya cierta grandeza en la derrota. Esta vez no fue así. La foto del diputado provincial Mario Outeiro (BNG) frente a los expositores vacíos es la viva imagen de la derrota institucional. Alguien, algún día, cuando bucee en las hemerotecas, se preguntarán quién presidía por esas fechas la Diputación. Ahora que los torques ya no están en Lugo, quizá convenga al BNG revisar algunas de sus habituales afirmaciones acerca de cómo defender eficazmente el acervo cultural y patrimonial de Galicia.
El Bloque, sí, tiene motivos para proseguir en la difícil ocupación de buscarse a sí mismo. Es la misma tarea en la que está metido de lleno el PSdeG, que navega hacia la meta de la mayoría social en el diluido fluido ideológico que es la socialdemocracia modelo González. Ayer, Juan Carlos González Santín fue elevado a la categoría de secretario provincial del partido en un apacible congreso extraordinario. Santín, colaborador estrecho de Gómez Besteiro en los días en los que opositaba a secretario general del PSdeG, reúne, según Orozco, las condiciones idóneas para dirigir el socialismo lucense. Quizá tiene razón Orozco, y es el más adecuado para pescar en el caladero de votos del PP de Lugo. Si las cosas son como parecen, lo mismo no lo tiene tan difícil. Siempre y cuando Antonio Muíña, alcalde de Friol, no le desvele a Castiñeira todas las claves para movilizar a los suyos. Aunque solo sea para asistir a la pulpada anual del partido. Muíña se trajo con él a 400 de Friol y Barreiro, jefe provincial de los populares, lo felicitó en público. No era para menos. Sí, para los militantes del PP de Lugo hay síntomas preocupantes. El rival político, Orozco, se permite ya denegar información a los concejales populares alegando que la solicitud no está suficientemente motivada. Y, por si fuera poco, el alcalde le acaba de birlar a la oposición el argumento para el debate previo al presupuesto: ha decidido congelar los impuestos y las tasas municipales para el 2014. El PSOE se apropia del discurso liberal del PP sobre la conveniencia de no subir impuestos. Y lo lleva a la práctica. Orozco quizá no aspire a repetir como candidato a la alcaldía, pero lo disimula muy bien. No se le ve con aire de despedida, no, aunque a su alrededor se generalicen los adioses. Ya avisó Nietzsche de que «hemos de estar siempre preparados para las sorpresas del tiempo». Y para decir adiós a los torques.