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El Vilalbés despidió entre lágrimas, flores y aplausos a su delantero Jorge

Tania Taboada LUGO

LUGO

Su camiseta, con el número nueve, permaneció sobre la caja durante toda la misa

11 abr 2016 . Actualizado a las 23:05 h.

La iglesia de la parroquia lucense de San Vicente de Coeo se quedó ayer pequeña para acoger a la gran cantidad de personas que hasta allí se acercaron para despedir a Jorge Tato Rey, fallecido la noche del martes en un accidente de Tráfico en la A-8 a su paso por Baamonde. 

Tal y como estaba previsto, el féretro del joven futbolista salió de Velatorios Lucenses puntual, a las cinco y media de la tarde y llegó a la iglesia de San Vicente de Coeo en aproximadamente veinte minutos. Allí lo esperaban una multitud de familiares, amigos, compañeros y vecinos.

Minutos antes de la llegada del féretro fueron muchos los que se acercaban a la sepultura, ya abierta y con todo preparado para el posterior entierro. La tumba, en la que desde ayer descansa el futbolista, lleva el nombre de Casa Martín y es propiedad de sus abuelos maternos. De hecho, a su lado están enterrados  sus bisabuelos, fallecidos hace unos años. «Esto si que é unha boa desgracia. Tan noviño. Deus o teña no ceo», decía una señora ante la sepultura. «Aínda o vin fai pouco co seu avó cortando leña na casa. Pobre rapaz», comentaba otro.  

A las seis menos diez, silencio absoluto. Ni siquiera sonó la campana para anunciar la llegada de los restos mortales de Jorge Tato. Llegaron escoltados por cinco coches fúnebres repletos de coronas, ramos y centros. 

Uno de los momentos más emotivos fue cuando sus compañeros del Rácing Vilalbés, tanto juveniles como cadetes, hicieron un pasillo desde el coche fúnebre hasta la puerta de la entrada de la iglesia. Llenos de dolor, cada uno sujetaba, como podía, un centro de flores. Lo mismo al salir, despidieron a Jorge rodeándolo de flores y con un aplauso.

Su camiseta, el número 9

Detrás del féretro se encontraban sus padres, abuelos y familiares cercanos, que rotos de dolor rompían el silencio con sus sollozos y lloros. La caja con los restos mortales de Jorge permaneció durante toda la misa en medio de la iglesia, rodeada de sus compañeros y con su camiseta del número nueve encima. Una prenda que después de la eucaristía y luego de que el sacerdote bendijese la caja, fue recogida por su madre. 

El encargado de celebrar la eucaristía, que duró unos cuarenta y cinco minutos, fue Miguel, el cura que preparó a Jorge para recibir la confirmación. Conmocionado y afectado, empezó la homilía reconociendo que si le preguntasen: «Si Dios existe, por qué permite estas cosas, no le sabría decir». Manifestó que no era necesario exponer ni enumerar los méritos del joven porque ya eran conocidos por todos y recordó las numerosas muestras de cariño recibidas por sus compañeros a través de las redes sociales.