Cuentan las crónicas que durante un discurso de Francisco Bergamín García (1855-1937), padre del intelectual José Bergamín, alguien de la oposición le gritó: «¡Y eso se atreve usted a decirlo con esa cara!». El interpelado, varias veces ministro de Alfonso XIII, respondió: «¡Si tuviera otra, no traería esta!» (que no era precisamente agraciada). La cara de los políticos, al menos de una gran parte de los políticos, experimenta una notable resistencia al enrojecimiento cuando ven peligrar su posición de privilegio o se acercan citas con las urnas. En Lugo, algo saben los ciudadanos de estas cosas; estos días se las están refrescando, tanto a babor como a estribor de la política.
En Lugo, por situar el retrovisor en un tiempo aún próximo, el popular Francisco Cacharro enredó con la posibilidad de que Rozas acogiese vuelos regulares de «tercer nivel», y hubo un tiempo en el que desde la Diputación que presidía se apuntaban las posibilidades del nabo como combustible. Memorable fue también, mucho más recientemente, la humareda levantada por la fantasía animada por el socialista José Blanco respecto a la creación en Rozas de un centro de reciclaje de aviones. Y qué decir del AVE a Lugo, cuando aún no está electrificada la vía entre Monforte y A Coruña, y el trazado entre Lugo y Ourense solo permite velocidades propias de calesa. Si de AVE se trata, pocos han olvidado aquella contundente afirmación de Núñez Feijoo en cuanto a que si el Gobierno no lo llevaba a Lugo, lo llevaría la Xunta; a la vista está lo que hay. Y qué decir de aquel museo interactivo de la historia de la ciudad que iba a ser, decía Orozco, un referente en el noroeste peninsular. Hoy, es lo que es: un edificio singular dedicado a los usos más singulares y de interés más que limitado. La fantasía preelectoral genera piezas inolvidables, que van quedando como el colorín de la Historia. Ahora, a medio año de la cita con las urnas, de nuevo se estimula la imaginación de los políticos y ya los hay que lanzan propuestas de temporada; alguna acaba de salir del horno. Ninguno de ellos dio nunca una respuesta como la que Bergamín (padre) dio a su rival. Claro que tampoco ninguno de ellos tuvo a Ortega para definirlo como a él: «infinitamente inteligente, infinitamente temible». Aunque no tengan menos cara.