
Dos equipos, dos ciudades y un objetivo común: la supervivencia en Segunda División
20 feb 2020 . Actualizado a las 17:20 h.Sin lugar a dudas, una de las escenas más emotivas de la pasada jornada de la Liga SmartBank fue la celebración por parte de los aficionados lucenses desplazados a Fuenlabrada del resultado obtenido en el estadio Fernando Torres. Allí arriba, en la grada supletoria del campo. Poco importaron en su decisión de acompañar al equipo los más de 1.000 kilómetros recorridos en menos de veinticuatro horas o que su equipo sumara únicamente una victoria en sus catorce desplazamientos anteriores de competición oficial. Es el sentimiento de pertenencia que mueve este deporte. Aficionados que constituyen el alma de la entidad, por encima de dirigentes, entrenadores o jugadores. Son los que no dudan a la hora de aplazar obligaciones económicas, algunas veces prioritarias, para realizar un viaje, adquirir una entrada o comprar a un hijo la camiseta del equipo. Realmente, son los actores principales de este deporte. Sin ellos, no habría público, no habría audiencias y, en definitiva, no habría fútbol.
Escribía Mario Benedetti que «un estadio vacío es el esqueleto de una multitud». Un fútbol que, en demasiadas ocasiones, se ha olvidado de ellos. Un trato de desarraigo muy doloroso para quienes vivimos con pasión este deporte. Demasiados intereses empresariales y personales ajenos a sentimientos que convierten a aficionados en clientes reducidos a un simple apunte contable. Bello es el ejemplo de Alemania. La Bundesliga exige a sus entidades que al menos el 50 % de las acciones de cada club sean propiedad de los socios, favoreciendo la presencia de los aficionados de cada club en las importantes tomas de decisión. Muy acertada también la UEFA exigiendo a los clubes participantes en sus competiciones la creación del departamento S.L.O. [Supporter Liaison Officer], con el fin de involucrar a los seguidores en el proceso de gestión de las entidades.
En la mañana del próximo domingo en el Anxo Carro, las dos aficiones nos van a brindar el privilegio de ser testigos de un colorido encuentro en las gradas paralelo al dirimido en el terreno de juego. Dos ciudades vecinas unidas, esta vez por un único objetivo: la permanencia en la categoría. Por un lado, los ovetenses, con 36 temporadas en la máxima categoría de nuestro fútbol y que llegan al encuentro con la incógnita de las modificaciones que pueda introducir su nuevo técnico, José Ángel Ziganda, en el esquema y estilo de juego.
Acompañados de una afición que no ha dudado en guardar largas colas en las oficinas del club carbayón para adquirir su localidad. Una leal afición que no ha dejado de acompañar a los suyos ni en sus peores momentos a lo largo del largo periplo por la Tercera División y que en la adversidad siempre ha hecho gala de una exquisita deportividad. Algunos no olvidamos los aplausos dirigidos en el Carlos Tartiere a los jugadores del Atlético Arteixo en la consecución del histórico ascenso de los coruñeses a la categoría de bronce en detrimento del histórico conjunto ovetense.
Por el otro lado, los nuestros, representantes de una provincia olvidada históricamente en materia de grandes inversiones, que sobrevive siendo testigo de la negativa de estatutos electrointensivos sobradamente reconocidos en otras partes del país y que, desde la humildad, no van a escamotear esfuerzo alguno en la consecución del objetivo deportivo hasta el último instante del último encuentro frente al CD Mirandés. Grandísimo acierto de los dirigentes lucenses de eliminar el encuentro como Día del Club, favoreciendo de esta manera que la presencia de aficionados no vaya acompañada de un coste económico adicional.
Una medida que, quizá, debiera ir acompañado de la presencia de algún jugador lucense, formado en las categorías inferiores del club, entre las veinticinco licencias profesionales permitidas, que pudiera ser referencia próxima para los futbolistas que integran las distintas categorías de la base de la entidad y que sueñan con alcanzar el fútbol profesional.
Una excelente oportunidad para demostrar que tenemos que estar al lado de los nuestros e infundir desde la grada las mejores sensaciones, con el fin de generar en nuestros jugadores el estado emocional necesario para alcanzar su mejor versión personal, de recuperar las sensaciones del contacto con el primer balón, del primer partido disputado o la ilusión de aquella primera convocatoria tan especial. Y el deseo de que, a la finalización del encuentro, volvamos a revivir la comunión entre afición y jugadores vivida el pasado domingo en Fuenlabrada.
Un partido que supondrá un punto de inflexión para ambas entidades en una temporada que los lucenses deseamos terminar con el abrazo del técnico local a sus cuatro hijos en su regreso a casa con la satisfacción del deber cumplido.