No es un escudo, es una lápida

En la fachada de una vivienda de la Rúa da Catedral se observa un emblema heráldico que en realidad es un fragmento de la tapa de un sepulcro del siglo XVI
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Paseando por la Rúa da Catedral, si uno levanta la mirada se topará con una fachada que luce orgullosa lo que, a ojos de profanos, parece un antiguo escudo tallado en piedra para recordar la nobleza de la vivienda. Pero no. En realidad, esa piedra de cantería labrada es una lauda sepulcral, una lápida del siglo XVI que, no se sabe muy bien cómo, acabó engalanando una fachada del Lugo del siglo XXI.
La casa señorial en Galicia (siglos XIII-XVI). Materiales para su estudio es el proyecto del Plan Nacional que el investigador del CSIC Pablo Otero Piñeyro Maseda desarrolla en el Instituto de Estudios Gallegos Padre Sarmiento y que incluye, entre otras cuestiones, el estudio de la escultura funeraria y los emblemas heráldicos de linajes señoriales gallegos. Bajo sus ojos, el escudo lucense cobra una nueva vida. «Hay varios elementos que hacen que una lauda sepulcral sea fácilmente identificable. Para empezar, generalmente cuando el cantero preparaba un escudo para la fachada, la piedra era del tamaño del emblema. Sin embargo, en este caso vemos que la cantería es mucho más grande. Además, aunque hay salvedades, en las laudas la escritura se extiende a lo largo de la propia piedra sepulcral, no solo alrededor del escudo, como sucede con los emblemas de fachadas», abunda el investigador.
Pero por si esos dos elementos no bastasen, hay otro definitorio. «Es posible percibir que la primera letra por arriba a la izquierda es una ‘S', y en un altísimo porcentaje las inscripciones funerarias empezaban por esa letra, abreviatura de “sepultura”», describe Otero.

No hace falta fijarse mucho para comprobar que la lápida está muy desgastada y rota en su parte inferior. Además del paso del tiempo, esto tiene una explicación. Desde la Edad Media las laudas se situaban en el interior de las iglesias, preferiblemente cerca del altar. Dependía de la capacidad económica, pero la idea era que cuanto más cerca del altar, más próximo a la Salvación. Al encontrarse en el suelo, se pisaban una y otra vez y se deterioraban, les caía cera, se reutilizaban... A pesar de ello, todavía se percibe lo que blasona su escudo. Una disposición «extraña: un medio partido y cortado. En el primer cuartel una estrella acompañada de cuatro lises (una en jefe, dos en los flancos y otra en la punta), en el segundo un león y en el tercero un caldero».
Gil Goncalez de Neyra, el regidor lucense que en el siglo XVI descansaba bajo la lauda
Cuenta Pablo Otero que, en determinadas épocas del año, cuando el sol va rasante e ilumina la lápida en la fachada de la Rúa da Catedral, es posible leer con cierta claridad la inscripción. En el epígrafe se percibe la letra S mayúscula, que indica sepultura, seguida de «de Gil Goncalez de Neyra». A base de contrastar diversas fuentes documentales, Otero descubrió que se trataba, probablemente, de un regidor lucense que vivió a mediados del siglo XVI. «Por las características de la labra, el tipo de letra y la coincidencia del oficio, todo indica que se trata del fragmento de la lauda de ese personaje».
A partir de ahí es más complicado avanzar, pero siempre se puede conjeturar. Teniendo en cuenta que la lápida se encuentra próxima a la Catedral de Lugo, es probable que en su día hubiese estado en alguna de sus capillas. «Como se testimonia en otras iglesias, en el siglo XVI probablemente el suelo estaría repleto de lápidas que, de alguna manera, se convirtieron en incómodas. Disponer de determinadas posiciones en las iglesias, que se vinculaban a la Salvación y a la relevancia social, era muy apetecido; por estas y otras razones a partir del siglo XVII abundan los pleitos vinculados a los derechos de sepultura», explica Otero.
Los intereses de los eclesiásticos chocaban en ocasiones con la colocación de enterramientos, lo que acabó generando que muchos de esos testimonios pétreos desapareciesen por una cuestión práctica, a veces con polémica y visto desde la actualidad con un alto coste patrimonial. Tampoco se debe olvidar que, además de estorbar, los enterramientos en el interior de las iglesias se consideraron insalubres al vincularse los restos humanos a los males asociados a las miasmas, los efluvios dañinos. Lo cierto es que quizá durante alguna obra de reforma se desechó la lápida-escudo de la Rúa da Catedral, que más tarde acabó recolocada, por fortuna, en una fachada. «A lo mejor era porque su dueño veía emblemas heráldicos en otras fachadas, y por eso la colocó, simple mimetismo que quizá la salvó de su destrucción», concluye Otero.
