Un capataz, ocho vigilantes de recursos naturales y tres peones forestales custodian 7.800 hectáreas de la reserva nacional
07 abr 2021 . Actualizado a las 13:25 h.Un capataz, ocho vigilantes de recursos naturales y tres peones forestales custodian 7.800 hectáreas de montañas, ríos y valles. En sus manos está el mayor tesoro natural de Galicia, la Reserva Nacional de Caza de Os Ancares. Los que aquí trabajan conocen el terreno como la palma de su mano, y por varios motivos. Muchos se criaron en estas montañas que cubren buena parte de la provincia de Lugo, por lo que su conocimiento va más allá de los rincones y aglutina también a los vecinos que aún viven aquí.
Explica Víctor García, jefe del Servicio de Patrimonio Natural de la Consellería de Medio Ambiente, Territorio y Vivenda en Lugo, que el cometido de los vigilantes abarca un sinfín de tareas: vigilan el territorio y gestionan de manera activa la reserva. Ellos son los que acompañan a los cazadores cuando hay algún permiso de caza. Además, recogen muestras para estudios o censos, «para los estudios de alimentación de los animales, se encargan por ejemplo de recoger muestras porque para saber de qué se alimenta la fauna es fundamental hacer un estudio previo», precisa García.
Al frente de un equipo de 11 personas está el capataz, Eulogio Núñez, que se encarga de organizar el trabajo de peones y vigilantes, pero también es el responsable de prevención de riesgos laborales. Núñez se encarga de desdoblar la hoja de ruta para que los peones limpien sendas o desbrocen campas y organiza las fechas en las que los vigilantes colaboran en la realización de censos de perdices, corzos o rebecos. «Hacemos estimaciones de las poblaciones y en base a estas, se fijan los cupos de capturas anuales», precisa el capataz. Sobre él también recae la responsabilidad de que el material esté a punto, y a la vez descarga las imágenes que obtiene de las distintas cámaras de fototrampeo que hay en los montes de Os Ancares. «Aquí hay monte vecinal, privado y público —la Xunta es propietaria de 1.300 hectáreas que adquirió a la empresa Montes de Cervantes S.L.—. Cada uno requiere de una gestión», precisa Núñez, que lleva dos años y medio al frente del equipo. Además, él, junto con los vigilantes y los peones de la reserva natural, atiende también a las peticiones de los vecinos que aún residen en Cervantes.
«Estou no meu hábitat, nun sitio que coñezo, no que vivín toda a vida», dice un vigilante
Los vigilantes se encargan del trabajo de campo, fundamental para hacer estimaciones poblacionales. Además, son los responsables de luchar contra los furtivos, «pode haber algún caso, pero non hai problemas en xeral», dicen los guardianes de este bosque. Lo suyo no es solo la fauna, también la flora, por ello contribuyen a las repoblaciones.
«Facemos tamén medición dos danos que provoca a fauna salvaxe», explica José Amigo, que lleva 30 años custodiando este paraíso, mismo período de tiempo que Fermín Rodríguez. Amigo residió toda la vida en Piornedo, por lo que el bosque es también su casa. Otro vigilante, Andrés Rodríguez, es también natural de Os Ancares.
A José lo que más le gusta de su trabajo es que «estou no meu hábitat, nun sitio que coñezo, no que vivín toda a vida», explica. Todos coinciden en algunos parámetros: aprecio por los animales y amor por el monte. José se atreve a decir que «hai que estar aquí nos Ancares para saber como é o día a día», dice convencido. Conocer el terreno es algo fundamental a la hora de desempeñar un trabajo como este: «Son insustituibles», asegura convencido Víctor García.
Si algo echan de menos los trabajadores son aquellos tiempos en los que la reserva contaba con más personal, pero también con más presupuesto.