Queridos Reyes

Emilio R. Pérez

LUGO

06 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Aquí en el alto no han dejado nada. Ni carbón. Se lo he tratado de explicar en la sentida carta que ayer noche les mandé: «No se me incomoden, que esa colonia que me trajo Santa Claus no la he pedido, ¿saben?, pero me siento agradecido». Le dije en esa carta al Rey Melchor —que creo que es quien manda por razón de antigüedad— que mi lealtad es inflexible y sigo siendo fiel a mis queridas Majestades como lo era de pequeño y me traían el camión, el uniforme de vaquero o aquel balón de reglamento que pinchaba al día siguiente y parcheaba y aun con todo me creía que era auténtico balón de reglamento. Bueno, quizá se la mandé un poco tarde, cierto, pero ese requisito no es estrictamente necesario: me decía mi madre que los Reyes tienen magia y que se leen cualquier carta hasta en el último momento; que solo es necesario que se escriba antes de irse uno a la cama y que albergues en el alma una pizquita de ilusión y de esperanza. Me lo contó hace mucho tiempo, y aun hoy, que voy tirando a viejo, lo creo.

Siendo aún muy pequeño, ocho años, la muerte se pasó por casa y se llevó a mi padre. Esas Navidades me fijé en que los camellos del belén de mi vecina Maricarmen se movían. Los camellos andan solos, me decía, tienen magia; antes de que lleguen al portal debes pedirles tu regalo con el alma. Esas Navidades les pedí a los Reyes Magos que me devolvieran a mi padre. Pero llegaron y… nada. Y entonces comprendí por qué el camión al día siguiente se rompía, el uniforme desteñía y el balón de reglamento se pinchaba. Anoche les pedí que me trajeran eso: ilusión para seguir creyendo… ¡Oh, Señor, por qué fuiste a nacer tan lejos!