Cuando se escuchan los primeros cantos del cuco, de inmediato se asocian con la llegada de la primavera y con esas luchas incruentas, a través de las páginas de los periódicos, por ser el primero que anuncia que ya ha escuchado el canto.
A mí personalmente el cuco no es un pájaro que me simpatice ya que me parece un poco chorizo y vago, que pone sus huevos en nido ajeno para evitarse así la construcción de uno y de paso, de la cría de sus polluelos.
Para mí la llegada de la primavera viene anunciada por el canto del mirlo, con su gorjeo aflautado y pleno de tonos, marcando territorio y llamando a las hembras a anidar. Tengo uno frente a mi casa que madruga con su canto, casi al amanecer. Lleva así varios años cuando llegan estas fechas, aunque supongo que serán descendientes de una misma familia que se van cediendo, de generación en generación, el nido, de forma similar a como hacen las cigüeñas, otro pájaro por cierto, que tampoco me cae muy simpático.
Controlo también a una pareja de palomas torcaces, que anidan también cerca de casa y a las que veo retornar al atardecer, llamándose con su ligero canto para acunarse. Las otras palomas, las comunes, también andan a lo suyo con los machos siguiendo a las hembras con su onomatopéyico canto que parece decir “acurrúcate aquí”.
No cabe duda que hay movimiento y las aves en este caso, sin que nadie las avise, saben que ha llegado la primavera, época de anidar y reproducirse tal como señala el anónimo Romance del Prisionero: “Que por mayo era, por mayo/cuando hace la calor,/cuando los trigos encañan/y están los campos en flor,/cuando canta la calandria/y responde el ruiseñor/cuando los enamorados/van a servir al amor”.