El fallecimiento hace unos días de una hermana de Rodrigo Rato, al atragantarse mientras comía en un restaurante gallego en Madrid, me trajo el recuerdo del fallecimiento, hace bastantes años, de un buen amigo, marino mercante, que había luchado contra los siete mares pero que no pudo vencer en la lucha contra un hueso de pollo que se le atragantó y le provocó la muerte por asfixia, ante el estupor y la desesperación de sus amigos y del resto de comensales que se encontraban en el establecimiento, pues nadie sabía cómo atenderlo para lograr que expulsase el hueso asesino.
Cada vez más en los locales públicos se pueden encontrar desfibriladores, en muchos casos donados por las distintas administraciones y que, con un fácil manejo, pueden evitar en su momento un fallecimiento por una parada cardíaca. Puede que no sea suficiente cuando el infarto es radical pero de lo que no hay duda es que su presencia ofrece tranquilidad y seguridad cuando se entra en estos locales.
Pues bien, si la presencia de desfibriladores se ha hecho habitual, también podría ser habitual la presencia en los locales de hostelería de una fotocopia, bien a la vista, de cómo se debe hacer la maniobra de Heimlich, como se conocen los dos pasos que deben llevarse a cabo para que la persona que se ha atragantado pueda expulsar lo que le impide respirar con lo cual, al mismo tiempo, se salvaría una vida.
Aquí, además, los gastos son mínimos y casi no hace ni falta recurrir a subvenciones de las administraciones para que los sufraguen, basta una fotocopia de los dos pasos que deben llevarse a cabo, plastificada o enmarcada y colocada en un lugar bien visible de tal forma que en caso de producirse el incidente, cualquiera de los presentes podrá conocer cómo se realizan de forma fácil los dos pasos que se centran en cinco golpes en la espalda y posteriormente, la compresión abdominal de la víctima hasta que expulse aquello que produce la asfixia. Ahí queda la idea.