Sucedió hace poco más de una semana. El desajuste que me afecta a las lumbares y que lleva ahí latente varios años despertó. El ramalazo es en extremo doloroso, ¿saben? Te incorporas tan campante, confiado; y aunque en el fondo estás al tanto puesto que ese remusguillo persistente nunca se te va, cuando menos te lo esperas… ¡zas!, trallazo fulminante y a traición al levantarte de la silla hacia ambos lados a la altura de la pelvis; y el doliente, que soy yo, extremo rictus de dolor en las mejillas, tieso el cuerpo cual Discóbolo de Mirón, a merced de cuanto pueda usted imaginarse se quedó. Es una artrosis que me afecta a las dos vértebras de abajo, las del final, les dio por retorcerse y mira tú la broma a mí la risa que me da. Desde entonces el sentarme es un suplicio, un calvario el levantarme y desplazarme un ya veremos dependiendo cómo ande el engranaje de ahí por dentro. Menos mal que de momento aún duermo de un tirón. Crucemos dedos. Habrá que visitar al fisio, osteópata, traumatólogo o qué sé yo, y ver de alguna solución. Si es que la tiene, claro, que a cierta edad los huesos se nos secan y se vuelven más porosos de la cuenta; y a saber cómo los tengo yo de fofos que en la vida los miré. Todo depende al fin y al cabo de la suerte al ser asuntos que maneja Satanás. Acabo de pasarme una semana con mi hermano, mi cuñada y mis sobrinas en su casa en pleno campo y es probable que mis huesos se hayan dicho uy qué bien para variar, pero hoy regreso a mi ventana aquí en el alto y no sé yo… Si vuelve el ¡zas! que Dios me pille confesado. Alguien cuya agenda debe andar muy apretada lo llamó “pico de loro”. Qué ingenioso el pavo. En fin…