Deporte patrio

EMILIO R. PÉREZ

LUGO

23 oct 2024 . Actualizado a las 20:33 h.

Aristóteles definía la envidia como el dolor ocasionado por la buena fortuna de los demás. Soy un tío con suerte, pues dado que soy feo, casi calvo, medio sordo, tengo artrosis, presbicia y soy entrado en años, también tengo la fortuna de no ser envidiado. Con lo cual el dicho No te consuelas porque no quieres, me viene a pelo. A este respecto podría añadir que los menos envidiados son los muertos. Es un estado, el de cadáver, al que puede pasar cualquiera con tan solo proponérselo; pasar, no obstante, de feo a guapo, de grueso a sílfide o de anciano a joven tiene su intríngulis, no se resuelve ni con cirugía estética. Alguno que se la ha hecho, mira cómo queda: la sonrisa es una mueca, pues parece cual si temiera la rotura de alguna fibra, y más que hablar recita con cierta especie de parálisis de la mandíbula. A mí me propusieron ir a Turquía a ponerme un moño para dar envidia; pero no, quita, quita, siempre que me meto en este tipo de fregaos salgo trasquilado. Por arreglarme los oídos me pedían 7200 €, pasé el período pertinente con los audífonos y oía igual después de un mes de prueba que el día primero, esto es, cero patatero; hasta que una honrada señorita de una tienda de esas pocas que no te los endilgan a toda costa, me dijo que era cosa de las cócleas; que los guarrazos de las ondas recibidas habían sido muchos y muy intensos y estaban para el arrastre. Pero bueno, tengo orejas, aunque tampoco muy estéticas, que digamos, pues tienden a proboscidias con el paso de los años. Ya ven, patético panorama el mío aquí en el alto, pero tengo suerte, como digo: no hay envidiosos acechando con los colmillos afilados. Uf, qué descanso.