De mis estancias en Italia, más o menos largas, guardo algunos recuerdos que me vienen a la memoria tras el fallecimiento del papa Francisco. El primero, mi llegada a Venecia allá por el año 1978. Vicente, un compañero de la universidad, me acompañaba; cuando apenas llevamos un par de días, nos sorprendió allí el fallecimiento del Pablo Sexto. Tras la noticia, seguimos viaje, incluyendo la isla de Murano, y regresamos a nuestra base en Roma.
Creo que no habría pasado ni un año cuando retornamos a Venecia. Bajamos del tren, cogimos un vaporetto a la Piazza de San Marco, la artería principal. Serían sobre las siete y pico de la mañana, con lo cual callejeamos hasta encontrar un café que acaba de abrir sus puertas. Entramos con la idea de desayunar, nos sentamos y el propietario, en ese momento, conectó la radio. No nos dio tiempo a más. Allí nos dejó, sentados, salió gritando a la calle “¡Il papa ha morto!. ¡Il papa ha morto!". Y ya no hubo manera de desayunar a tiempo. Se había muerto Juan Pablo I, o quizás asesinado, como bien me decían algunos contactos diplomáticos que yo tenía, pero el caso es que le dije a mi compañero Vicente: ¿Te das cuenta que cada vez que venimos aquí se muere un papa?
Posteriormente volví tres o cuatro veces más a Venecia sin que se produjese ningún obituario papal, lo cual me reconfortó porque entiendo que, en caso contrario, me iban a prohibir la entrada en viajes posteriores.
No he vuelto desde entonces, así que no tengo nada que ver con el fallecimiento de Francisco, pero les recuerdo que según las profecías de Nostradamus, después de este vendrá un papa negro y tras ello, el fin del mundo. Y no me echen las culpas.