Bajé estos días atrás a la estación de tren. Debo viajar próximamente y, dada mi habilidad con internet, tras un fallido cuarto intento decidí sacar billete en ventanilla. Y allá me fui. Un dilecto funcionario me atendió y me lo sacó sin despeinarse. Las 11.00, AM. Me asomo a ver. El Alvia con destino Madrid Chamartín en vía primera estaba a punto de salir. Apenas si subieron diez. Cuatro gatos nos quedamos pululando por el andén, mientras tres taxistas en la acera charlaban sobre intrascendencias… Tres, el cupo total de plazas para taxis que hay afuera. Eche o que hai. El bar sigue cerrado. Venía dispuesto a liquidarme un buen café, pero habré de hacerlo en la Irmandiños, la cafetería que hay enfrente. Sin novedad en el frente: nuestra estación de tren sigue en plan lánguido y tristón, la misma que desde hace ya bastantes años vivió tiempos mejores. Qué contraste con la de Ourense. Odio las comparaciones, pero caí en la tentación, perdóname Señor. Renovarse o morir, en eso andamos. En eso andan con las obras de la intermodal. Hay febril actividad. Maquinaria a todo trapo y operarios que se afanan para darle a Lugo un toque de modernidad y dispongamos de una estación de bus y tren como Dios manda. A poder ser con brevedad. Aunque no es ese el problema. Los lucenses somos gente muy paciente, de ahí que cada vez que nuestra Xunta o el Concello se involucran en proyectos de este tipo están tranquilos, pues dan por hecho que a las calles va a salir el Santo Job. Pregunten sino en el centro a aquellos niños que nacieron cuando las obras de peatonalización y peinan canas hoy. Sí, somos mansos como corderos. Ni una manifestación.