Humos

Emilio R. Pérez

LUGO

11 jun 2025 . Actualizado a las 19:30 h.

El amplio descampado ocupaba el interior de una manzana, y estaba y sigue estando tras un corto callejón que, estrujado entre dos casas, sale de la Rua Chantada por la izquierda subiendo de Fonte dos Ranchos. Lo llamábamos Detrás del garaje, aunque el garaje no era tal, sino un taller que hacía esquina entre la calle y el exiguo callejón. La caseta estaba al fondo, al final de un ligero promontorio. Era una sencilla construcción, pequeña pero sólida, hecha de piedra y losas y con dos rústicos bancos en su interior. Sólo tenían acceso a ella los de la banda, o sea, los cuatro o cinco rapazuelos de la calle de 12 o 13 años pero con ínfulas de mayor. Allí dimos nuestros primeros pasos en el noble arte de fumar. Tocábamos a tres caladas como mucho por cigarrillo, y mientras nos pasábamos el Celtas corto -sin filtro, cabe recordar-, manejábamos a berridos expresiones tipo Tú eres un guarro que lo mamas, No chupes tan fuerte que lo calientas o El hombre que sabe fumar echa el humo después de hablar. Luego, más talluditos, los utilizábamos para ligar. Al más puro y rancio estilo Humphrey Bogart abordabas a la chavala por la Ruanova, y con careto póker en plan fatuo le soltabas: ¿Tienes fuego, guapa? El pitillo entre los labios te infundía decisión y prepotencia. Todo aquello se acabó. Tuvieron que pasar 500 años de por medio para darnos cuenta. Quién iba a decirnos que aquel invento que los “hombres chimenea” le vendieron a Colón allá en América no fue más que un fraude, una importación funesta: produce cáncer. Hoy el noble vicio de fumar está en constante decadencia, y más pronto que tarde aquí por Lugo las terrazas quedarán exentas, libres de humos. Muchos lo echarán de menos, otros vamos yendo para viejos y del último cigarro nos quedan sólo los recuerdos.