En la frontera de Asturias con Galicia en el horizonte

Miguel Barrero
Miguel Barrero REDACCIÓN

A FONSAGRADA

La octava etapa es rica es vestigios arqueológicos como el Chao Samartín y fuentes cuyo origen se pierde en la leyenda de los santos

24 jul 2016 . Actualizado a las 13:12 h.

Lo que hay que hacer

Ante las puertas de la iglesia de San Salvador retomamos el Camino para dar, ya en las afueras del pueblo, con una senda nos conduce hasta A Farrapa, primero de una serie de caseríos que irán jalonando nuestro paso durante los kilómetros inaugurales de esta etapa. Tras dejar atrás el desvío que conduce a Escanlares y Robledo y pasar al lado de las naves de unas industrias lácteas, pasamos por Xuntacasa y Cereixeira para meternos en un nuevo sendero que nos llevará hasta la localidad de Castro y sus vestigios arqueológicos. Desde aquí pronto dejaremos atrás Padraira y Gestoselo para empezar la verdadera subida al puerto del Acebo. Estamos a punto de abandonar Asturias para adentrarnos en tierras de Galicia, y la despedida no podía menos que hacer honor a la dureza de las rampas que hemos ido dejando atrás en las etapas anteriores. La aldea de Peñafonte (conviene rellenar la cantimplora en la fuente que encontramos junto a la iglesia) es el último núcleo asturiano que encontraremos en el itinerario. A partir de aquí, el ascenso se hace cada vez más patente y es posible que se nos hagan duros determinados tramos de la ladera del monte do Zarro y del monte da Curiscada. Igual que ocurrió en las dos etapas anteriores, también en este último debemos de cruzar dos portillas para situarnos a la altura de los molinos que coronan el perfil de la cumbre.

Nos encontramos en un lugar simbólico: aquí se traza la línea invisible, o no tan invisible: suele haber una hilera de piedras señalando el límite que separa Galicia de Asturias, y desde aquí tenemos una primera visión de A Fonsagrada, por más que el pueblo se presente tan lejano que llegue a parecer del todo inaccesible. Si miramos a la izquierda (es decir, hacia el sur), veremos  la sierra que llaman de Piedras Apañadas, según Juan Uría porque en ella depositaban los peregrinos piedras, igual que era costumbre hacer en la Cruz de Ferro. Hemos dejado atrás, a priori, la parte más complicada de la etapa y también el trecho más duro de todo el Camino Primitivo, lo que siempre anima a emprender la bajada por la vertiente gallega del puerto para darnos con el primer indicador jacobeo de esa comunidad autónoma. El dato es reseñable porque hay que tener muy en cuenta una particularidad más que importante: en Galicia cambia el sentido de la indicación; si en Asturias era el vértice de la concha el que marcaba el rumbo del Camino, aquí es la parte abierta la que señala el buen sentido de la peregrinación. Nada más bajar nos encontraremos una conocida venta, por ser la única del lugar y porque sus horarios suelen ser bastante peculiares, que da paso a una senda en la que, para hacer honor al nombre del puerto, caminamos rodeados de acebos. Cabreira, nunca enclavado en la parroquia de Mosteiro, es el primer núcleo gallego que atravesamos. Un poco más allá se encuentra Fonfría, cuya fuente también responde bastante bien a lo que promete el topónimo y que fue en su día encomienda de los caballeros de la Orden Sanjuanista. Tenemos que caminar luego por el monte de Penoucos hasta desembocar en Barbeitos, donde hallamos un pinar por cuya linde andaremos hasta llegar a Silvela, cuya ermita de Santa Bárbara ha dado pie a la modificación de una coplilla popular («Santa Bárbara bendita, / que en el cielo estás escrita, / guarda pan y guarda vino / a todo buen peregrino»). Hay aquí al lado un pequeño mirador y un banco que incitan al descanso, porque aunque hayamos recorrido un buen trecho aún nos queda un tramo de cierta dureza hasta llegar a A Fonsagrada. Precisamente, no mucho después de abandonar los aledaños de la ermita nos encontramos con Paradanova, escenario de un cruce de caminos del que sale la ruta que lleva hasta A Proba de Burón. Fue este lugar capital del municipio de A Fonsagrada hasta el año 1835, y esto hizo que antiguamente muchos romeros se decidiesen a dirigirse hacia él en vez de a la localidad que constituye hoy nuestra meta. Sin embargo, la pérdida de la capitalidad conllevó una pérdida de importancia y, por consiguiente, una mudanza en el ánimo de los peregrinos, que hoy apenas pasan ya por sus calles.

Una nueva encrucijada sale al paso apenas superada la capilla de la Santa Cruz. A mano izquierda surge el llamado Camín da Granxa, mientras que a la derecha nace una vía más moderna que es 400 metros más larga y, según dicen, también algo más sencilla. Una y otra nos van aproximando, no sin esfuerzo en ambos casos, hacia las calles de A Fonsagrada. La llegada es tan dura como extenuante: da la sensación de que el pueblo se acerca y se aleja al mismo tiempo según nos vamos aproximando, y durante muchos minutos su perfil asemeja un horizonte imperfecto que ni siquiera estamos seguros de poder acariciar en algún momento. Hay un dicho muy popular por esta zona que asevera que A Fonsagrada es el único lugar al que nunca bajan los lobos. Puede que algún turista de fin de semana caiga en la trampa y pregunte a qué se debe tal afirmación. Los peregrinos, en cambio, lo tendrán claro: a las tierras de A Fonsagrada no pueden bajar los lobos porque hasta aquí sólo se puede llegar subiendo.

El Camín da Granxa conduce casi a los pies de la fuente que da nombre al pueblo, situada junto al ábside de la iglesia de Santa María. La variante moderna, tras internarse en la zona conocida como Os Chaos, penetra en la villa por la rúa de Burón, donde encontramos un cruceiro, y llega poco después hasta la plaza de España, cuyo espacio preside el templo parroquial. Cada vez son más los peregrinos que optan por pernoctar aquí, bien en el albergue privado o bien en establecimientos del pueblo, pero también cabe la opción de salir en busca del albergue público, distante un par de kilómetros. Los que se decidan por esta posibilidad han de caminar por la avenida de Galicia hasta llegar a una gasolinera, punto en el que tomarán la calle de las Rodas y ganar la carretera, por la que habrán de avanzar hasta llegar al albergue, situado a su mismo pie.

Lo que hay que ver

Los primeros compases de la etapa son pródigos en pequeñas capillas de estilo rural que a duras penas presentan otro valor arquitectónico que el de su modesta prestancia, tan acentuada en algunos casos que las convierte en encantadoras manifestaciones de un modo de entender la religiosidad, el propio del mundo rural, que se ha ido perdiendo a medida que el paso de las generaciones y los consabidos flujos migratorios mermaron las cifras de población del campo asturiano. En Grandas de Salime, a medida que vamos abandonando el pueblo, nos encontraremos la Casa Román o de los Sánchez con su capilla de la Inmaculada (ss. XVIII-XX) y con la capilla del Carmen (s. XVIII). Unos kilómetros después, nos sorprenderá al borde del Camino la capilla de la Esperanza de Malneira (ss. XVII-XVIII), y algo más adelante podremos contemplar la capilla de San Lázaro de Padraira (ss. XVI-XX), el único resto que ha sobrevivido del antiguo hospital de leprosos. Sin embargo, el atractivo más importante de estos primeros kilómetros no tiene que ver estrictamente con el cristianismo, sino que en buena medida hunde sus raíces y su propia razón de ser en los tiempos anteriores. El castro del Chao Samartín sobrevive al final del pueblo de Castro, para vislumbrarlo siquiera en la lejanía hay que tomar un mínimo desvío que ni siquiera llega a los diez metros de longitud? como ejemplo y resumen de la importancia que llegaron a tener estas tierras en la antigüedad. La existencia por estos pagos de fortificaciones datables en los tiempos anteriores a la romanización ya se había recogido en diccionarios geográficos elaborados en los siglos XVIII y XIX, pero el Chao Samartín fue reconocido propiamente como castro, por más que los rastros no fuesen excesivamente apreciables, en el año 1967 gracias al profesor José Manuel González.

Fue un vecino de Allande que se había aficionado a los temas arqueológicos gracias a las lecturas emprendidas en el presidio donde cumplió condena por sus filiaciones políticas, José Lombardía Zardaín, quien instó al profesor González a visitar un terreno que, en su opinión, había tenido que cobijar alguna clase de asentamiento comunitario. Una década después, un vecino de Grandas de Salime llamado José Naveiras ?a quien años más tarde se conocería como fundador del Museo Etnográfico de la localidad? encontró accidentalmente las ruinas de una cabaña bajo las entonces tierras de labor del Chao, lo que propició una serie de expediciones arqueológicas aficionadas que comenzaron a sacar a la luz los primeros rescoldos de lo que no tardaría en revelarse como un hallazgo mayúsculo. Precisamente, las primeras excavaciones arqueológicas propiamente dichas arrancaron en 1990 como consecuencia de la revisión, al elaborar el inventario arqueológico del concejo, de las piezas que se encontraban en el Museo Etnográfico de Grandas de Salime. Dirigidos primero por Elías Carrocera y luego por Ángel Villa, los trabajos se han venido sucediendo en el marco del Plan Arqueológico Director de la Cuenca del Navia. Con la entrada en la década de 2010, además, las investigaciones depararon una sorpresa: la aparición de una casa romana o domus dentro del perímetro del castro, ejemplo vivo e inesperado de la importancia que tanto el propio asentamiento como la comarca donde se encuentra tuvieron, dada su riqueza aurífera, y vestigio tan grato como sorprendente para quien acude a visitar este poblado cuyas raíces profundas se remontan a la Edad del Bronce, es decir, a hace aproximadamente unos 3.000 años, entre los siglos IX y VIII a. C. Junto al castro hay un museo (tfno: 985 627 143; e-mail: chaosamartin@grandasdesalime. es) que exhibe algunas de las piezas halladas en las excavaciones (otras se custodian en el Museo Arqueológico de Asturias) y donde dan información acerca de las visitas guiadas que se realizan al propio yacimiento. Unos kilómetros más adelante, en Peñafonte, no debemos dejar de echar un vistazo a la iglesia de Santa María Magdalena (s. XVII).

A Fonsagrada es una villa pequeña, pero tiene su enjundia. La entrada del Camino nos hará pasar junto a un crucero hasta conducirnos a las puertas de la iglesia de Santa María, construcción barroca con tres naves y ábside a la que se accede atravesando un pequeño pórtico que es la base de su única torre. En el exterior, casi al pie de su testero, se halla la llamada Fontem Sacram o Fons Sacrata de la que se deriva el topónimo del pueblo. El armazón que cubre actualmente el manantial, en servicio desde tiempos inmemoriales, data del año 1882 y destaca en ella la hornacina que preside el conjunto y en el que una mujer se muestra en actitud orante. A su lado, un relieve más antiguo reincide en el mismo motivo. Son dos las leyendas que explican el importante ascendente del que goza este caño. La primera cuenta cómo hace algunos siglos de esta fuente manó leche para que una viuda pudiese alimentar a sus tres hijos por intercesión del mismísimo Santiago: el apóstol había bajado a la tierra y, tras mucho porfiar, sólo encontró en la villa auxilio en la casa de esta pobre mujer a la que poco o nada querían sus convecinos, pero cuya suerte cambió gracias a su generosidad. La otra versión de la leyenda estipula que esta fuente existe gracias a una familia que acogió en su casa a una mujer que acudió a ella muerta de hambre y de frío, y absolutamente magullada, y que resultó ser una santa; según este relato, antes de que esto sucediera los habitantes de la aldea tenían que descender por la montaña hasta quién sabe qué ignotos parajes para hacerse con un poco de agua. Como se ve, es la de la Fons Sacrata una tradición muy vinculada a las mujeres y al agua y, por tanto, a las creencias ancestrales que tratan de aproximarse al significado profundo de la vida.

Hay también en A Fonsagrada pequeñas cosas que merecen atención, como los ejemplos de arquitectura popular que se diseminan por el eje central del pueblo o el antiguo Ayuntamiento, en la rúa de Burón. También la llamada «copa del agua», un depósito que sobresale por encima de los tejados y hace que el perfil de la villa resulte inconfundible desde la lejanía.

Comer y dormir

El Albergue Residencia Juvenil de Castro (Castro, s/n; tfnos: 985 924 197 / 664 732 541) constituye una buena opción para los peregrinos que decidieron pasar la noche anterior en el Hotel Las Grandas y quieren hacer más livianos los kilómetros que aún restan hasta Compostela por la vía de reducir sensiblemente las etapas. El equipamiento goza de comodidades y buen atención, y por norma general ha gozado del beneplácito de quienes pasaron por sus instalaciones. También en Castro está el Hotel Chao Samartín (tfnos: 985 627 267 / 699 943 059 / 689 142 138; correo electrónico: chao.samartin@yahoo.es), casi a los pies del yacimiento que le da nombre.

La Venta do Acebo está justo al borde del Camino, una vez se desciende el puerto del mismo nombre por su vertiente gallega, y ofrece un marco espléndido en el que tomar un refrigerio y reponer fuerzas si tenemos la suerte de encontrárnosla abierta, ya que sus horarios suelen ser ciertamente peculiares. Más adelante, en Barbeitos, se encuentra el Mesón Catro Ventos (tfno: 982 340 151), tan reputado que conviene reservar si la etapa nos coge en fin de semana y donde gozan de gran fama las carnes a la brasa.

En A Fonsagrada están el Albergue Cantábrico (Rúa Ron, 5; tfnos: 982 340 036/ 669 747 560) y el Albergue Os Chaos (c/ Marmoiral, 26; tfnos: 660 011 716 / 630 347 224), que gozan cada vez de más aceptación entre los peregrinos. También podemos encontrar hospedaje en la Pensión Casa Manolo (rúa de Burón, 35; tfno: 982 340 408), ubicada al pie mismo del Camino. El Albergue de Peregrinos de la Xunta (tfnos: 982 350 020 / 628 925 037) se encuentra, como se ha dicho, en la localidad de Padrón, a unos dos kilómetros de distancia. Goza en estos parajes de buena y merecida fama el pulpo, y sería delito abandonar A Fonsagrada sin probarlo. Hay muchas tabernas donde figura en el inventario de especialidades, pero resultan especialmente recomendables O Caldeira (rúa de Burón, 24; tfno: 982 340 541), el Cantábrico (avda. de Galicia, 9; tfno: 982 340 135) el Candal (Rois de la Pena, 21; tfno: 982 340 061) y el Manaia Sea Ela! (avda. de Galicia, 22; tfno: 657 190 378).