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El corazón de Juana de Vega

| ALFONSO DE LA VEGA |

CERVANTES

19 may 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

JUANA de Vega, condesa de Espoz y Mina, guardaba en una urna de ébano el corazón de su marido y conservaba su cuerpo embalsamado. Para algunos, éstos no son sino detalles macabros de una viuda afectada por el dolor de la pérdida de su marido, el famoso general liberal, que había luchado contra la invasión francesa y luego contra el Borbón tirano. Pero existen otras razones ligadas al mundo de los símbolos y de la masonería en particular, a la que pertenecía Espoz y Mina y la mayoría de los militares liberales españoles de esa época. Recuerda el símbolo principal de la historia que nos cuenta Cervantes durante la iniciación de don Quijote en la cueva de Montesinos, centro sagrado donde penetra después de encomendarse a su dama, es decir a su alma. Allí, se le aparece una especie de procesión o cortejo astral como el de la Santa Compaña y el fiel anciano Montesinos le muestra el gran y valiente corazón amojamado de Durandarte, a quien, cumpliendo su promesa, se lo había arrancado una vez muerto para que se lo llevara a su dama, Belerma. Montesinos dice al caballero muerto que ha llegado don Quijote para desencantarlos, según profecía del famoso mago Merlín, y de ese modo resucitar los viejos ideales de la caballería andante, servidos ahora por el héroe liberal y por doña Juana de Vega. En muchas tradiciones el corazón se asocia al vaso sagrado, al centro del Ser, al grial, la morada de la inmortalidad, al Verbo manifestado: el Amor. De ahí el signo masónico de fe como el que se observa en El caballero de la mano en el pecho o en algunas de las esculturas compostelanas del maestro Mateo. Doña Juana, mujer sabia y valerosa, heroína de la caridad y el amor fraternos, guarda hasta su muerte el corazón de su esposo. Porque en el principio del saber está el querer. Y como ella, también esperamos que nuestro señor don Quijote vuelva a desencantarnos recuperando la Palabra perdida.