Un clásico de otoño. En eso ha convertido la final de cocina de Xuventude Crea, una iniciativa de la Dirección Xeral de Xuventude que se ha consolidado. Y se ha consolidado por pura constancia y porque el desánimo de la pandemia ni debe ni puede extenderse, y menos entre gente joven que es la dueña del futuro.
De manera que a la final han llegado seis recetas (no seis personas, porque algunas las elaboraron parejas) y durante dos horas de la mañana del sábado se han afanado en los fogones. Además de los premios, lo que se jugaban era un prestigio que a lo largo de los trece años que se lleva convocando ha adquirido Xuventude Crea Cociña hasta el punto de ser considerado el certamen del que sale el que está considerado mejor cocinero (o cocinera, claro está) joven de Galicia. Como siempre en estos casos, no resultó fácil dejar a tres concursantes sin premio, porque allí nadie cocinaba mal. Como siempre también, al final los tres primeros botan de alegría, y ciertamente no es para menos: uno se llevó tres mil euros (a Muimenta se fueron), otro la mitad y el tercero mil. Sin comentarios.
Pero lo interesante es la reflexión que entre risas y lágrimas se hace siempre al final, en el corrillo que va quedando mientras este recoge y aquella se va. Existen oportunidades, no hay lugar para el pesimismo, no es de recibo empezar a lamentarse sin dar el callo, es hora de parar de llorar en las esquinas y remangarse para labrarse el futuro personal de cada uno. Porque mientras algunos dormían después de la fiesta privada del viernes, el botellón o lo que se terciara, un grupo de chavales echaba tiempo y mucha ilusión en una final que tuvo un magnífico marco: el mercado compostelano.