Francisco Torrijos, abogado de Lugo: «No recuerdo la última vez que ejercí de acusación»

André Siso Zapata
André S. Zapata LUGO / LA VOZ

LUGO CIUDAD

Torrijos, cordobés de nacimiento y lucense de sangre, lleva ejerciendo más de 20 años.
Torrijos, cordobés de nacimiento y lucense de sangre, lleva ejerciendo más de 20 años. ALBERTO LÓPEZ

El letrado, cordobés de nacimiento pero lucense de adopción, se ha ganado a pulso su fama de defensor peleón, sobre todo de clientes en situación de marginalidad. «Claro que hay diferencia de trato en el juzgado según quién sea el procesado», dice

09 jul 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Francisco José Torrijos nació en la ciudad andaluza de Córdoba, pero sus raíces familiares y su traslado a Lugo en 1992 hacen que él mismo se defina como lucense. Estudió Derecho en el campus de Ourense, pero pronto volvió a la ciudad amurallada para ejercer. Ahora, más de dos décadas después, es uno de los abogados más respetados de Lugo. 

—¿Cómo acabó siendo abogado en Lugo?

—Mi padre era veterinario. Tengo tres hermanos, pero en mi familia no conozco a ningún abogado [bromea]. Al principio, fue complicado. Estuve dos años de pasante en el despacho de Félix Mondelo y Antonio López Acuña. Lo poco que sé lo aprendí de ellos. Se lo debo todo. 

—Luego montó un despacho propio. 

—Poco antes de que lo hiciese mi amigo y compañero Ángel Vellé. Nos dedicamos a cada uno a nuestros asuntos, pero colaboramos muy a menudo.

—¿Cómo fueron los inicios?

—Al principio, no tenía ni un cliente. Tuve suerte de aprender mucho con Antonio y Félix, pero no me quedó otra que buscarme la vida al empezar con mi despacho. Recuerdo llegar por la mañana a la oficina, recurría la multa que tenía que recurrir, y luego me iba paseando con mi carpeta por la calle San Marcos, Santo Domingo, Calle de la Reina, Praza Maior, me pateaba todo el juzgado, bajaba, me tomaba un café en el mirador y me volvía al despacho. Y así, cada día durante dos años. «Que te vean en la calle», pensaba yo. 

—¿Ya hacía penal por entonces?

—Te especializa la clientela. Yo, como todos, he llevado de todo. 

—Ahora, tiene mucha fama como abogado defensor. ¿Fue fortuito o intencional?

—Es a lo que me ha llevado la profesión. Y los clientes también. Aun así, fíjate. De los casos que más recuerdo fue una agresión sexual en la que yo llevé a la acusación. Una chica a la que había violado su novio. Era del turno de oficio. Y creo que es el pleito que mejor he llevado. Sin embargo, pues ya ves cómo han ido las cosas, que no recuerdo la última vez que ejercí de acusación y no como defensa.

—¿Le incomoda esta fama de letrado defensor?

—Para nada. Es la que tengo. Es mi profesión y es a lo que me dedico.

—Mucha gente, hablando en plata, dice que usted siempre defiende a delincuentes habituales y, en definitiva, a «maleantes». ¿Le sientan mal estos comentarios?

—Delincuentes, lo que entiende la gente por delincuentes, he defendido a alguno. Pero la inmensa mayoría son personas normales que, por circunstancias de la vida, cometen un delito. De los otros, pocos me he encontrado.

—Trata con clientes, en muchas ocasiones, de sectores desfavorecidos o en situación de exclusión. ¿Cómo es su relación con ellos?

—Valoro mucho la confianza. Siempre he tratado a todos mis clientes igual. Claro que no es lo mismo tratar con alguien de Lugo que con alguien de fuera. Si tienen otra cultura, tratas de adaptarte. Como haría cualquiera, supongo. No me ha costado trabajo tratar con sectores desfavorecidos o emigrantes.

—¿Ha notado resquemor en otros profesionales cuando defiende a gitanos o extranjeros?

—Pues sí.

—¿Más antes que ahora?

—No mucho. Entre los ciudadanos de Lugo no hay clases sociales aparentes. El hijo del rico puede salir a tomar algo a los mismos sitios que el hijo del obrero. Para eso, Lugo es ideal y habla bien de su calidad de vida. Pero sí hay guetos raciales, por ejemplo.

—Es un experto en alcanzar acuerdos con acusaciones y fiscales para evitar, por ejemplo, que sus clientes entren en prisión. ¿Cómo gestiona estos casos?

—El cliente tiene que confiar en su abogado. Si tú le dices que no queda otra que arreglar su caso con un acuerdo, tiene que entenderlo. A pesar de que la Fiscalía se supone que es un órgano público y que trata a todos igual... Hay que ser inteligente y saber que no es así. 

—¿Cómo de importante es evitar el ingreso en prisión de un cliente?

—Pues es el objetivo de cualquier abogado defensor en un juicio, claro. Aunque pasar por prisión, hoy en día, no es algo tan crítico como antes. Hay gente que entra en prisión a la que le viene genial en lo personal, y otra que termina de echarse a perder. Pero creo que pasar por prisión no es algo que te marque de por vida.

—Usted es una de las caras más visibles del turno de oficio de Lugo. ¿Cómo cree que está visto este servicio?

—Ahora hay un movimiento en toda España que está haciendo temblar los cimientos de lo que ha sido tradicionalmente el turno de oficio. Siempre se ha visto como una especie de labor social. Y eso, hoy, a mi entender, ni lo es ni debe serlo. Es un trabajo que tiene que ser oportunamente retribuido, que no lo está siendo, y tiene que ser valorado como lo que es, un derecho fundamental. 

—¿Recuerda algún caso que lo marcase especialmente?

—Muchos, la verdad. Desde mi punto de vista, solo hay dos tipos de delitos: los que son violentos y los que no lo son. Todos en los que hay una víctima de agresión sexual, de violencia de género... Te tocan. Sobre todo si hay menores de por medio. 

—Un policía me dijo una vez que a usted le confiaría hasta la gestión de su divorcio. ¿Cómo cree que le ven sus compañeros?

—[Ríe]. Habría que preguntarles a ellos. Yo trato de facilitarle el trabajo a todos mis compañeros, sean policías, jueces o fiscales, sin perjudicar a mi cliente. Estamos todos en la guerra del día a día y lo mejor es llevarnos bien.