Aurora Freijo Corbeira: «La literatura no tiene que ser edificante, ni la escritura, sanadora»

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

MEIRA

david marco visual

Debuta con una novela sobre la soledad de una niña que sufre abuso sexual

28 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La escritora Aurora Freijo Corbeira (Madrid, 55 años) está inmersa en la filosofía, campo del saber que se corresponde con un oficio vocacional al que dedicó buena parte de su vida -aún sigue estudiando- y del que imparte clases en el madrileño Centro Integrado de Enseñanzas Profesionales de Música. Andaba así en lo suyo, muy ocupada con apenas cierto espacio para el ensayo, con un texto sobre su adorado Pasolini -el pensador y el político, subraya, más que el cineasta- y otro sobre la identidad personal. «Ya estaban muy en mí la literatura y la filosofía, juntas. Es que no concibo la filosofía de otro modo, si no tiene que ver con el decir literario», asegura. Pero lo cierto, reconoce, es que no pensaba ir más allá.

Y en eso surgió esta muy dura y heterodoxa ficción, con la que ahora debuta en la novela de la mano del sello Anagrama. «Fue de repente, hace dos o tres veranos. No sé muy bien cómo. Me senté, siempre estoy escribiendo ensayos breves, artículos, y salió así, salió una ternera. Desde el principio se llamó La ternera».

Es como una colección de cuentos muy cortos, estampas poéticas, teselas que componen una especie de mosaico narrativo. «Sí, es difícil llamarla novela. Está muy fragmentada. Son un conjunto de piezas que al fin y al cabo cuentan una historia, como trazos que sumados hablan de quién es la ternera, por qué está tan sola y por qué hay tanta carne y tanto rojo en el texto», detalla.

«Es difícil llamarla novela. Está muy fragmentada. Son un conjunto de piezas que al fin y al cabo cuentan una historia»

Pese a la carga poética, afirma, no escribe poesía ni la lee demasiado, aunque su madre -que «era poeta y escribía muy bien, aunque nunca publicó»- hacía muy presente la poesía en su casa. «La recuerdo leyéndonos constantemente a Rosalía de Castro. Yo siempre digo que soy gallega, aunque no he estado en Galicia más que en los veranos. Tengo un recuerdo maravilloso de sacar las vacas al pasto o de darles de comer». Su padre era del lugar de Cabaceira, en la parroquia de Santalla de Ribeira de Piquín, en la montaña luguesa, y sus abuelos maternos de la vecina Meira, aunque su madre ya nació en Madrid.

No leerá poesía, pero su escritura está preñada de un áspero lirismo. Quizá porque es muy amiga de la literatura fragmentaria, que dice de otro modo y muy enraizada en la cultura alemana -cita a Elfriede Jelinek, Herta Müller y Marlen Haushofer-. Hay muchas veces que incluso, dice, no acaba los libros porque no le interesa tanto la historia que le están contando como la escritura misma. «Es un modo de leer poético, quedándote con la escritura, con los significantes. Creo que mi novela es muy poética y muy dura, y que hay una conexión muy necesaria entre contar cosas duras y hacerlo poéticamente. Me parece que se dice mucho más. Si no uno lo llena todo de palabras queriendo explicar, queriendo aclarar, pierde mucha fuerza».

«El abuso está ahí y es vertebrador de la narración, pero yo creo que de lo que habla es sobre todo de soledad, de aislamiento»

La ternera cuenta la historia de una niña de 5 años que sufre abusos sexuales, pero la autora cree que no es lo importante. «El abuso está ahí y es vertebrador de la narración, pero yo creo que de lo que habla es sobre todo de soledad, de aislamiento, aunque es verdad que lo que desencadena esa soledad terrible es una mano que toca donde no debe tocar».

La perspectiva de intimidad del relato parece irremediablemente ligada a la experiencia propia de Freijo. Ella no lo niega, pero matiza enseguida: «Aunque hay una vivencia autobiográfica del abuso, este texto está ya separado de mí. Y no resulta clave, porque no empleo la escritura como un ejercicio catártico, ni aleccionador. Tampoco hay irritación ni ira. Y eso está muy bien. Lo importante aquí no es decir ‘‘qué horror, lo que pueden llegar a hacer los adultos’’. No se trata de un ajuste de cuentas, ni hay por qué hacerlo, porque la ternera no tiene necesidad de ajustar cuentas». El amor de los suyos, de su padre y de su madre, la salvan de ese silencio en que decide encerrarse como defensa, de ese aislamiento, de esas ganas de morir. Encuentra la redención. «Sí hay algo ahí, hay algo mío. Pero además despega», arguye.

«La literatura no tiene que ser edificante -insiste Freijo Corbeira-, ni mucho menos, ni la escritura es una herramienta sanadora. Es más, si algo me inquieta o me perturba mucho no puedo escribir. Solo cuando eso se ha serenado o está digerido, a partir de ahí, se puede escribir. Ya decía la poeta Marina Tsvietáieva algo así como: ‘‘No puedo hablar de la noche porque todavía es la noche’’. Hace falta estar fuera».

«Ojalá sea escritora, y escriba más, pero yo no sé contar historias, ni tampoco lo pretendo»

Aurora Freijo está sorprendida con lo ocurrido, jamás pensó que iba a publicar esta novela. «Ojalá sea escritora, ojalá escriba más, pero yo no sé contar historias, ni tampoco lo pretendo. No sé construir tramas, ni me interesan. Quizá porque mis lecturas tampoco se inclinan hacia este tipo de narraciones», alega para salvar las novelas negras de Fred Vargas, autora de la que compra todos los libros y lee «de cabo a rabo».

La ternera es una historia muy íntima, asume para adelantar que ya está trabajando en otra novela y que lo que está escribiendo ahora tiene que ver también con una vivencia personal, «concreta y reciente». Y es que no trata de esforzar su fantasía: «Hablo de mí en cierta medida. Si no no podría. No sé que haré en el futuro, pero no me veo escribiendo novelas con argumentos, porque no sé hacerlo. Lo que contaré en el próximo libro es también muy desde mí, y es solo a partir de ahí que uno fabula, imagina, mete otras cosas. Me cuesta mucho separarme. Y hasta si introduzco elementos ficticios, me parece que en cierto grado falto a la escritura, aunque ya sé que es algo que debo hacer», admite.

Pese a que lo que escribe ahora no guarda relación con La ternera, apunta, ese estilo descarnado -«de frases cortas, como hachazos, esquelético, muy depurado»- se mantiene, aunque no exactamente igual. «Creo que es la voz que tengo, y ha salido así seguro que por mi formación literaria», razona. Sobre sus gustos habla el tipo de textos que publica Las Migas También Son Pan, la editora que fundó.

Observa también en su escritura algunos dejes psicoanalíticos -«tengo una familia llena de psicoanalistas», bromea-, en la asociación libre con que maneja las palabras, en «saber que las palabras nos llevan no solamente a lo que dicen, sino que dicen más, como ya señalaba Pizarnik».