Quizá sean reminiscencias tontas de tiempos pasados, añoranzas que sirven para recordar la brevedad de la vida y de muchos de sus instantes. Aun así, no hace muchos días, un sábado a la tarde, escucho una algarabía en la calle, gritos, voces y chillidos que suenan a juventud. La curiosidad me arrastra hasta el balcón: no me equivoqué, un grupo de niños y niñas, de entre ocho y diez años, disputan alegremente, entremezclados ellas y ellos en cada equipo, un partido de fútbol en plena calle. Es cierto que esta no es una rúa con mucho tránsito, y menos un sábado pero ahí estaban, con dos garajes como porterías improvisadas.
Al momento pasaron por mi mente aquellos partidos de mi infancia en mi barrio, Recatelo, jugándolos en plena calle, con el portalón de la carpintería de Marcelino como portería. El juego solo se detenía cuando alguien gritaba ¡coche!, para continuarlo tras su paso o bien, ¡Silvarrei!, que era el nombre de un temido municipal que tenía su destino en el parque Rosalía, con lo cual había que salir por pies ya que en caso de llegar a tiempo, el balón quedaba confiscado. Eran cosas que existían, y que pude apreciar, aún se conservan, aunque sean en menor medida.
Otras han desaparecido sin solución y han sido cambiadas por ordenadores, tabletas o teléfonos de última generación. Sí se mantienen otras costumbres por estos lugares. Recientemente, a una comida a la que acudí invitado en Outeiro de Rei a casa de mi amigo Manolo, pude comprobarlo. El pan se había elaborado en el horno de leña casero, al igual que la sabrosa empanada o las carnes. Incluso algunos de los postres habían sido horneados allí. Bueno, al menos no todo se ha perdido. Y que perviva por muchos años.