Quienes vivimos fuera de Galicia «sufrimos» una gavilla de emociones antiguas, atávicas, de pertenencia, que se activan cuando cruzamos la línea imaginaria de Pedrafita o del Padornelo. Al entrar en el país, y aunque estemos todavía lejos del lugar de destino, respiro el aire de la mar de mi pueblo, huelo el Cantábrico y escucho desde algún rincón de mi fantasía el murmullo tenaz de las olas.
Es una sensación de morriña inversa, la que se siente al llegar, la más alegre, que anula por algún tiempo la melancólica tristeza del regreso.
Y Galicia está en este mes de abril de todo «o seu verdor cinguido», como si la primavera creciente fuera una estrofa del himno gallego.
Volver, por mucho que frecuente mi pueblo a lo largo del año, es siempre una amable sorpresa que te devuelve las credenciales de lo que he dado en llamar ser de aquí.
Y debo decir que, aunque lleve varias décadas habitando otra ciudad, que me acogió con la generosidad de la que solo hace gala Madrid, que reitero que la capital de España es lo mejor de Galicia. De un país nómada, que bien sabe en su crónica permanente de la emigración de ultramar que no se acaba nunca, y que «toda a terra e país».
Por todo ello, ser de aquí es regresar a una Ítaca reivindicada en una travesía posible que te hace sentir Ulises, volviendo a una patria que está siempre al otro lado, al norte de la memoria. Abril festonea con el oro viejo de los toxos el paisaje entero. La chorima amarilla es la flor nacional de nuestras primaveras. Abril nos pone estrellas en la frente y deja que brote en los labios un cantar.
Saludo este mes con atardeceres malva que dibuja la lluvia mansa y perezosa de los días de creciente que evitan las sombras. Desde donde escribo, contemplo el estaño quieto de la mar y pospongo las preocupaciones cotidianas de ciudades arrasadas donde impera el dolor y la muerte, y digo en alta voz Slava Ucrainia, como un grito salvífico de esperanza. Evito el recuento persistente de la pandemia aminorada que no cesa, y deseo que el hombre sea capaz de cercar el mal, antes de decretar su destierro. Y concluyo, en una línea, que soy de aquí, de esta tierra, mientras reafirmo mi sentido de pertenencia. Es abril.