Las elecciones griegas y la reciente decisión del BCE de iniciar la compra masiva de bonos durante más de un año advierten un cambio en la política económica en Europa
28 ene 2015 . Actualizado a las 19:12 h.2015 promete ser uno de esos años interesantes, contradictorios y llenos de encrucijadas, a los que cuadra bien el tópico de las lumbres y las sombras. Lumbres probablemente habrá, algunas de ellas derivadas de ciertas novedades que van apareciendo o podrían aparecer en el entorno europeo, y también de factores inesperados, como la reducción de la factura energética. Pero al fondo seguirán predominando las sombras. En ese sentido, ha sido revelador que en el recién concluido Foro de Davos, la mayoría de empresarios y responsables políticos se mostraran algo más inclinados al pesimismo que al año anterior. Es decir, cabe pensar que cuando dentro de un año se evalúe el comportamiento de la economía europea, muy probablemente la expresión estancamiento secular seguirá siendo muy frecuentada.
Economía y política, hacia la colisión
Quizá la cuestión de más interés que viviremos este año sea ese escenario de colisión que se adivina entre la economía, es decir, las razones puramente económicas, y las políticas. En el caso de que hoy mismo en Grecia se confirmen los resultados electorales previstos, ello puede significar ni más ni menos que un nuevo juego político-económico comience en Europa. No es que una eventual victoria amplia de Syriza vaya a suponer la aplicación de un programa radical, pues en los últimos meses los dirigentes de ese partido han insistido en que su agenda será bastante parecida a la de la socialdemocracia clásica (al menos así figura en su programa electoral, el llamado programa de Salónica). Pero sí cabe esperar de ese nuevo Gobierno griego una estrategia mucho más beligerante en torno a la renegociación de la deuda del país y las condiciones macroeconómicas generales que la rodean. Este último punto, si el nuevo Gobierno griego sabe jugar sus cartas con inteligencia -lo que está por ver-, sí puede contribuir a cambiar algunas cosas importantes en Europa. De hecho, podría estar cambiándolas ya, al provocar una cierta mudanza en las expectativas. Todo ello tiene que ver con la constatación -que cada vez comparten más sectores, tanto en el plano político como académico-, de que la política económica seguida en la eurozona en los últimos años es un gran fiasco: el propio Mario Draghi lo dejó caer entre líneas el pasado agosto, al destacar las fuertes amenazas de deflación y estancamiento que atenazan al continente, en el caso de que los Gobiernos y la Comisión no reaccionen de una vez firmemente, utilizando las palancas fiscales. El espejo norteamericano, además, es veraz y cruel. Ya se sabe que allí se han estado aplicando políticas con una orientación e intensidad muy diferentes a las de la vieja Europa. El uso de helicópteros monetarios sin complejos y políticas fiscales matizadas ha permitido que la economía crezca ya a velocidad de crucero, mientras el gran objetivo de reducir el endeudamiento general, aunque esté lejos de cumplirse en términos absolutos, avanza mucho más rápidamente que por estos pagos. El asunto se hace sustancioso porque el caso griego no parece ahora mismo una absoluta excepción en el panorama político europeo. Al contrario, en varios países, el grado de malestar social trae consigo alteraciones profundas en el sistema de partidos, lo que origina un alto grado de incertidumbre en torno a los resultados electorales. En el caso de España, es claro que ese factor, y la conexión Syriza-Podemos, protagonizará en gran medida el actual curso político. Y es que aquí, como en otras partes de Europa, la política de recortes en el gasto y algunas reformas estructurales, que en algunos aspectos tenían un fundamento económico, se han aplicado de un modo tan brutal y unilateral que han acabado por romper algunas importantes costuras en el contrato social. En relación con todo esto, cabe recoger una conclusión que parece cada vez más asentada en la moderna economía política: que contra el criterio tecnocrático, las reformas, si pretenden ser consistentes en una perspectiva de largo plazo, deben ser sostenibles políticamente; y si no lo son, en algún momento se detienen o revierten. Las reformas habrían encontrado ahora, por tanto, en el clima de inestabilidad e incertidumbre política algo así como la horma de su zapato. Decíamos que algo parece estar cambiando en el panorama de las políticas macroeconómicas en Europa. Un síntoma es la ampliación del margen concedido a Francia e Italia para cumplir los objetivos de déficit (lo cual ciertamente tiene también algo de discriminatorio, pues eso mismo no se hizo en los casos de los países de la periferia). Acaso más significativo aún sea la declaración Valdis Dombrovskis, vicepresidente de la Comisión, de que ahora la prioridad esté en impulsar la inversión productiva; algo obvio para casi todo el mundo desde hace años, pero que oído de un alto responsable de la Unión causa sorpresa. Es verdad que sobre la entrada en vigor del macroprograma inversor de Jean-Claude Juncker quedan aún muchas incógnitas por despejar en cuanto a plazos y vías de financiación, pero su planteamiento general parece bastante acertado. Hablamos, en todo caso, de meros atisbos, y en ningún caso de una transformación diametral de las políticas fiscales hasta ahora seguidas, ante lo cual la oposición del Gobierno de frau Merkel sigue siendo firme. En la gran lucha política que viene, pudiera darse el caso de que quienes antes intentaron, de un modo un tanto timorato, romper la línea dominante impuesta por la visión alemana -sobre todo el presidente Hollande, y el primer ministro italiano Renzi-, aprovechen la brecha que pueda abrirse desde Atenas. Las economías de Francia e Italia, además obviamente de la nuestra, se verían muy beneficiadas por ello.
Llega el helicóptero monetario
Una parte de esa descarnada lucha de poder se ha trasladado en los últimos meses al Consejo del BCE, en el que sus vecinos de Bundesbank han intentado por todos los medios bloquear la aplicación del programa antideflacionista de Draghi, quien como decíamos, hace ya algún tiempo que da muestras de entender que situaciones extraordinarias de dificultad exigen soluciones no convencionales. Pues bien, la decisión del pasado jueves de poner en marcha el programa masivo de compra de bonos parece atorgarle una victoria, al menos provisional, al presidente del eurobanco, dada la contundencia incuestionable de ese programa (que expansionará su balance en más de un billón de euros). Se trata de una medida altamente heterodoxa, de esas que hasta hace poco tiempo los manuales de Economía recomendaban no usar en ningún caso: la imagen a la que más se suele recurrir para describirlo es la del helicóptero que deja caer una lluvia de billetes sobre la economía; algo que va mucho más allá del modo habitual de proceder de las políticas monetarias y sus líneas de transmisión a través del sistema bancario. La ruptura de ese tabú es ahora mismo necesaria para romper la inercia de lentísimo crecimiento que aún pesa sobre Europa: la gran bolsa de liquidez que viene permitirá lubricar el sistema económico durante los próximos meses, pero nadie debiera esperar que por sí solo produzca un cambio de tendencia. Medida positiva sin duda en el corto plazo, mucho más dudoso es que realmente sirva para resolver los problemas de fondo con una visión temporal más amplia (como el propio Draghi suele advertir). Además, si nos fijamos en la gran experiencia conocida de quantitative easing, la norteamericana, veremos que ha tenido efectos distributivos nefastos, al concentrar la parte fundamental del dinero creado en sectores económicos y sociales de alta renta. Originándose con ello, por cierto, nuevas y peligrosas burbujas. Algo así podría ocurrir también en Europa. Con bastante frecuencia, las decisiones de política monetaria o financiera provocan consecuencias reales mucho antes de haberse producido, ya que los inversores y los Gobiernos reaccionan ante los cambios que adivinan. Pues bien, pocas veces se habrá visto ese fenómeno con tanta intensidad como en las últimas semanas, en relación con las medidas que el BCE acaba de anunciar. Por ejemplo, la prima de riesgo de bonos como el español ha acelerado su caída en las últimas semanas ante la esperada compra masiva y rápida de títulos -al final, de hasta un 10 % del total de la deuda- por parte del banco central. En la misma dirección, hace tiempo que se viene produciendo una fuerte depreciación del euro, que se espera sea uno de los resultados más beneficiosos de esas medidas; de hecho, aunque cabe predecir caídas adicionales del tipo de cambio, buena parte de ese camino está ya andado, y de hecho las exportaciones españolas, que en los meses anteriores daban muestras de debilidad, se han recuperado con inesperada fuerza a finales de 2014. Esa evolución favorable del sector exterior debiera ser uno de los hechos más destacados en la marcha de la economía -la española y la europea en su conjunto- a lo largo del año en curso, aunque será crucial el comportamiento que tengan los mercados a las que se dirigen mayoritariamente las exportaciones. En el caso norteamericano, todo indica que se mantendrá un buen ritmo de crecimiento a lo largo de los próximos meses, pero la situación de los países emergentes es mucho más compleja y difícil. La revisión a la baja de las previsiones de crecimiento de la mayoría de esas economías -empezando por la más importante, la china- que esta semana ha hecho el FMI, constituye una buena muestra de ese clima mas adverso.
Mercados de capitales
En esos movimientos de anticipación de las últimas semanas también ha sido interesante la decisión del Banco de Suiza de liberalizar su tipo de cambio -que ha traído su fuerte revalorización-, con el fin de adaptarse a la depreciación del euro. Un asunto complejo del que ahora interesa destacar la tormenta financiera a la que ha dado lugar. Se demuestra una vez más que la inestabilidad de los mercados de capitales sigue estando muy viva, y que cualquier chispa provoca incendios con facilidad. Grandes problemas permanecen con nosotros, pero sepamos apreciar también las buenas señales: el paisaje sigue siendo oscuro, pero es verdad que se van encendiendo algunas luces hasta hace poco tiempo inexistentes.