Balanza comercial: la vieja identidad entre ahorro e inversión

Julio Sequeiro. Catedrático de Economía

MERCADOS

Juan Silva

La economía española tiene que aprender a generar ahorro suficiente para financiar la inversión nacional en I+D y formación para equilibrar los saldos

08 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La Dirección General de Aduanas (DGA) acaba de publicar los datos provisionales de la balanza comercial de España correspondientes al pasado mes de diciembre, lo cual nos permite completar el ejercicio del 2014 y compararlo con los años anteriores. Vayamos por partes.

Antes de cualquier otra cosa, debemos destacar que el comercio exterior de España desde el 2007 a la actualidad ha mantenido unos rasgos específicos como consecuencia de la crisis de estos años, pero, y no es una contradicción, ha seguido conservando las mismas características que tenía en su evolución en el largo plazo. En estos años de crisis, nos ha ofrecido algunas situaciones espectaculares y significativas. Si observamos los datos del comercio por meses, tenemos ya la primera anomalía. En marzo del 2013, España exportó más de lo que importó en ese mismo mes. La sorpresa ha sido mayúscula. Por primera vez en muchos años, el saldo del comercio exterior correspondiente a un mes ha sido positivo: las exportaciones (léase, las ventas al exterior de mercancías) exceden a las importaciones en 635 millones de euros. Para encontrar un resultado semejante tenemos que retroceder hasta el año 1960 y los últimos meses de 1959. En los años intermedios, en todos los meses de esos años, las importaciones (es decir, las compras en el exterior de mercancías) excedieron a las exportaciones y, en etapas muy concretas, incluso llegan a duplicarlas. La sorpresa de marzo del 2013 se ha vuelto a repetir en mayo y en junio de ese mismo año, donde las ventas al exterior prácticamente compensan a las importaciones. Y hasta hoy esta situación no se ha vuelto a repetir.

La crisis de finales de los 50

En efecto, para encontrar saldos positivos en los datos mensuales de la balanza comercial tenemos que irnos hasta 1960. La balanza arroja saldos positivos desde diciembre de 1959 a mayo de 1960 y, ocasionalmente, en julio y en diciembre de ese mismo año. Posteriormente no vuelve a arrojar saldos positivos hasta marzo del 2013, algo más de medio siglo más tarde. Los excedentes comerciales de 1960 están directamente vinculados a los ajustes y a la recesión económica que siguió a las medidas del denominado Plan de Estabilización de finales de los años cincuenta. En efecto, en julio de aquel año se abandona el patrón oro en el comercio exterior y se adopta el dólar americano como moneda de anclaje. Y no solo eso. Si un dólar costaba 45 pesetas en el mercado negro de Tánger, se adopta un cambio oficial de 60 pesetas por dólar, lo que significaba una devaluación implícita de un 30 %. En un contexto de este tipo ?en el que, incluso, se adopta un nuevo arancel frente al exterior en 1960? las importaciones se contraen debido a que se encarecen y las exportaciones se abaratan en el exterior. Por lo tanto, la diferencia entre ambas se reduce hasta tal punto que, en algunos meses, se consiguen saldos positivos. Eso es lo que nos ha pasado en 1960. Lamentablemente, la competitividad exterior ganada adicionalmente vía devaluación y otros parapetos arancelarios no tardó ni seis meses en disolverse y quedar absorbida por el sistema. Y hasta marzo del 2013.

Lo relevante de esta referencia histórica es que lo conseguido a finales de 1960 se ha debido a una fuerte devaluación de la peseta, a la modificación de tasas arancelarias, a la redacción de una tasa nueva y el endurecimiento fiscal de los diversos regímenes de importaciones. Sesenta años más tarde hemos repetido la misma operación, logrando los mismos resultados, pero de otra manera, quizás más brutal, pero igual de eficaz: la denominada devaluación interna, esto es, la reducción de los costes de producción (a veces, incluyendo también algunos costes fiscales).

La depresión a partir del 2008

Como nos muestra el gráfico adjunto, desde el 2008 en adelante el déficit comercial se reduce drásticamente, pasando de los 100.000 millones de euros en el 2007 (casi algo más de un 10 % del PIB español en aquel año) a los 16.500 en el 2013 y a los 24.000 en el 2014. Esto es así ya que, por una parte, la crisis actual ha dejado intacta la base exportadora de la economía española y, por otra, la demanda interna ha disminuido de una forma muy notable. Veamos.

La crisis ha afectado, principalmente, al sistema financiero y a las empresas de la construcción. De rebote, las familias y las pequeñas y medianas empresas están sufriendo las restricciones crediticias. Pero el sector exportador está compuesto por grandes empresas multinacionales, que se financian en los mercados mayoristas, y que están ligadas al sector del automóvil, al energético, a las máquinas y herramientas, a la agricultura mediterránea, etc. sectores a los que, la crisis en el mercado interior ha empujado a incrementar su cuota exportadora. Y las importaciones crecen más despacio (o claramente decrecen en algún ejercicio) porque el mercado interior se ha contraído de una forma espectacular. El consumo, desde el 2008 a la actualidad, se ha contraído en más de un 6 %, pero lo realmente espectacular es la caída en la inversión: más de un 35 % desde el 2008 hasta hoy. Y es esta demanda de bienes de capital (de inversión) la que está más vinculada a las importaciones.  En síntesis, una base exportadora intacta y un mercado interior empobrecido nos explican lo fundamental del éxito en el sector exterior español. De todas formas me gustaría señalar que, en Grecia, Portugal e, incluso, en Italia, las circunstancias son muy semejantes y la respuesta exportadora de esos países es mucho más mediocre que la nuestra.

En definitiva, desde el 2007 en adelante está ocurriendo lo mismo que desde 1993 al 2008, pero en sentido contrario. El gráfico adjunto nos muestra como a partir de la entrada de la moneda única (1999) los déficits comerciales se disparan como consecuencia de unas importaciones que captan segmentos cada vez más importantes de una demanda interna alimentada a crédito. Mientras esto sucedía, las exportaciones siguen el ritmo de su tendencia en el largo plazo. Con la crisis posterior al 2007, la demanda interna se contrae, se estrechan también las importaciones y las exportaciones siguen en su tendencia en el largo plazo. Como consecuencia, lo que era una tendencia alcista en el déficit comercial se convierte en su contrario, tendiendo a una situación ya más equilibrada.

El papel de los precios

En esta dinámica del comercio exterior, los precios juegan un papel determinante. Los de las exporta ciones españolas han crecido más intensamente que los precios de las importaciones y, esto ha sido así (con algunas excepciones puntuales) desde 1993 al 2010. Y esta situación está relacionada con una inflación más alta en España que en el resto del mundo y con un incremento de los costes laborales más intenso en España que en el resto del mundo. Será a partir del 2010 cuando el ajuste interno (devaluación interior) en los costes laborales unitarios de la economía española se deje traducir en una evolución más favorable de los precios de exportación. Y como se puede ver en el gráfico adjunto, a partir del 2010 las exportaciones se desarrollan a una velocidad de crucero más alta que en la etapa anterior.

Sin embargo, en el 2014 esta tendencia parece invertirse. Y realmente es así. Desde el pasado verano, los precios de importación se reducen rápidamente al calor de un crudo de petróleo que estaba en el primer semestre a algo más de 100 dólares el barril a no alcanzar los 75 dólares en el segundo. Bienvenida sea esta tendencia.

Las paradojas comerciales

El comercio exterior de España está sujeto a algunas paradojas, la mayor parte de ellas con un grado de perversidad notable. Quizás la más importante es la ley de hierro que se manifiesta en el hecho de que España no es capaz de sostener una tasa de crecimiento generadora de empleo neto sin deteriorar, al mismo tiempo y de forma casi automática, el resultado de su balanza comercial. Si observamos detenidamente el gráfico adjunto, seremos capaces de detectar como, desde el inicio de la última expansión (1993) hasta su final (2008), el déficit comercial se va incrementando al calor de la tasa de crecimiento de la demanda interna, y como este déficit se reduce a partir del 2009 con la denominada Gran Recesión. Pero aún hay más. Incluso dentro de la etapa de recesión, el déficit comercial se incrementa en el 2010 y en el 2014 cuando las tasas de crecimiento son casi nulas (2010) o ligeramente positivas como en el 2014. ¿Qué nos está pasando?

Este es un problema ya viejo en las economías del sur de Europa y, en particular, de la economía española. Como le ocurre a cualquier país con un nivel de desarrollo intermedio, la producción interior no es capaz de abastecer la demanda interna en aquellos sectores en los que predomina la utilización intensiva del factor capital. El sur de Europa está formado por economías muy intensivas en factor trabajo y sus exportaciones revelan el contenido en mano de obra muy abundante. Aunque no forma parte de la balanza comercial, la magnitud de los servicios al turismo es un ejemplo magnífico de la intensidad en trabajo de estas economías.

La contrapartida es un sector de bienes de capital cuya producción interna es insuficiente y necesita abastecerse en el exterior para satisfacer la totalidad de la demanda nacional. Y las importaciones de bienes de capital prácticamente han desaparecido desde el 2009 en adelante, acompañando a una inversión que también ha desaparecido de la demanda nacional. Y los datos son elocuentes. Antes de iniciarse la recesión, España importaba 60.000 millones de euros anuales en bienes de capital (léase, de inversión) cifra que no alcanza la mitad en el 2013 y que comienza a remontar ya en el 2014. 

Y estos bienes de capital comprenden artículos como las cabezas tractoras de camiones, los motores de los autobuses, la palas excavadoras, las aeronaves, los ordenadores de las oficinas y un largo etcétera. Pero hay también bienes de consumo que se comportan como los bienes de capital: hay que importarlos. En esta categoría nos encontramos medicamentos, automóviles de gran cilindrada, electrodomésticos, telefonía  móvil, y otro largo etcétera.

Las deficiencias en la dotación de capital que presenta la economía española no solo se revelan a través de la composición de las importaciones. Va más allá. La baja productividad de nuestros trabajadores se explica, en gran medida, por una dotación de capital por trabajador muy escasa que se complementa con una formación también escasa y, frecuentemente, anticuada.

Subsanar las deficiencias en la dotación de capital no es una tarea fácil. En principio, y simplificando el problema, podríamos decir que este asunto se puede solucionar de dos maneras. La primera sería importar constantemente este tipo de bienes, tratando de expandir las exportaciones (intensivas en trabajo) para evitar, en lo posible, un deterioro no asumible en la balanza comercial. En líneas generales, esta es la estrategia que ha seguido el sudeste asiático y es lo que estuvo haciendo la economía española desde 1960 a la actualidad, con mayor o menor fortuna. La segunda es intensificar la producción nacional de este tipo de bienes. Esta segunda opción choca de bruces con un desarrollo tecnológico muy limitado y poco acumulativo, con una formación de los trabajadores muy escasa y con unas inversiones en ciencia y tecnología reducidas y con resultados muy mediocres.

Pero la clave principal de esta situación no está en el desfase tecnológico, ni en las deficiencias en I+D, ni en la limitada formación de los trabajadores. La clave está en una economía que no ha sido capaz de generar un nivel de ahorro interno suficiente como para financiar de forma endógena una dinámica de inversión nacional en tecnología, innovación y formación de trabajadores. Por eso el problema es tan difícil de resolver. En otras palabras, la vieja identidad entre ahorro e inversión.