Nació el Banco de Vigo con la finalidad de financiar el complejo marítimo y promover el desarrollo de su ciudad de origen. Los industriales más destacados de la ría -armadores, conserveros, consignatarios, comerciantes...- formaban parte de su elenco de accionistas.
13 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.La entidad zarpó al alba del siglo XX y sus gestores anunciaron, de inmediato, las primeras escalas que se proponían cubrir: el abastecimiento de agua potable, la extensión de la red telefónica urbana y la implantación del tranvía eléctrico Vigo-Baiona.
Resulta difícil determinar, entre la pléyade de fundadores del Banco de Vigo, de quién partió la iniciativa. Si nos fiamos de la prensa de la época, el mérito corresponde a Salvador Aranda Graña. Consignatario de buques trasatlánticos, industrial conservero y fabricante del «champagne Kola», Aranda había publicado un folleto titulado Un sueño, pero realizable que, según El Liberal, diario de Madrid, inició el «gran movimiento» que desembocó en la constitución de la entidad financiera. La creación del Banco de Vigo, añade el periódico mencionado, «se debe a él, a su amor por esta ciudad y a su deseo de que prospere cada día más».
En la gestación del banco hay otra figura clave: la de José Ramón Curbera Puig. Patriarca de una pionera y pujante familia de la conserva, ya septuagenario por esas fechas, Curbera impulsa decididamente desde la presidencia de la Cámara de Comercio la creación de la sociedad de crédito. Es también el único conservero que figura en el primer consejo de administración de la entidad, que será presidido por Fabriciano Rodríguez Soto, acaudalado filántropo de Baiona que reside en Vigo.
TRES FUTUROS ALCALDES
En ese primer consejo figuran tres futuros alcaldes de Vigo: Prudencio Nandín Vicente, vendedor de productos hortícolas y propietario de la afamada floristería La Paz; Fernando Conde Domínguez, miembro de una familia de consignatarios y ya bregado en lides financieras como expresidente de la Caja de Ahorros Municipal, y el indiano Manuel Diego Santos, que había hecho las Américas con una fábrica de muebles en Rio de Janeiro.
Completan el estado mayor del banco el consignatario Estanislao Durán, representante de la poderosa compañía británica Royal Mail Steam -la Mala Real Inglesa, «comodidad y buena mesa», en traducción enxebre-; el comerciante Francisco Estens Romero, quien ese mismo año de 1900 se asocia con los hermanos Candeira para la comercialización de maderas y la fabricación de envases en la playa de Coia, y Juan Rivas Maristany. Será más adelante, superados los primeros años de rodaje, cuando los industriales de la conserva -Gaspar Massó, José de la Gándara, Rafael Tapias, Eugenio Fadrique...- asuman directamente el timón de la nave.
El Banco de Vigo se hospedó, durante el cuarto de siglo que duró su existencia, en tres edificios emblemáticos de la ciudad. Primero de prestado, en la casa del farmacéutico Enrique Acuña, el primer edificio vigués proyectado por el arquitecto de origen polaco Michel Pacewicz. Después, a finales de 1905, se trasladó al edificio Rubira, obra de Jenaro de la Fuente, una joya de estilo ecléctico cuya demolición en 1967 fue calificada por un arquitecto de nuestros días -Martín Curty- como «la más bárbara agresión jamás planeada contra el patrimonio de la ciudad». En 1919 inició el Banco de Vigo la construcción de su propio palacio, con diseño de Manuel Gómez Román, en la esquina de las calles Colón y Policarpo Sanz. Pero apenas pudo disfrutar la entidad de su nuevo alojamiento: lo ocupó en 1924, aún no rematado del todo, en vísperas de la suspensión de pagos de la entidad, y el edificio sería subastado y adquirido por el Banco Pastor en 1929 por 1,5 millones de pesetas.
LA GUERRA Y LOS NEGOCIOS
El Banco de Vigo abrió sus puertas al público el lunes 16 de julio de 1900. Inició su andadura con un capital social de cinco millones de pesetas, del que solo habían desembolsado los accionistas la quinta parte, y con José María Bravo Rodríguez como director gerente. La entidad entró rápidamente en acción. En el primer semestre de 1901 ya había solicitado la concesión de un tranvía eléctrico entre Vigo y Baiona y puesto en marcha, con el concurso de La Aurora bilbaína, la sociedad de seguros La Alborada. En su balance figuraban activos por valor de 8,5 millones de pesetas, que crecieron un 23 % en el segundo semestre. Su época dorada llegaría, sin embargo, en los años de la Primera Guerra Mundial, al calor de las magníficas oportunidades de negocio que el conflicto bélico brindó al complejo marítimo de Vigo. Entre 1915 y 1919, según resalta el historiador Luis Alonso Álvarez, los beneficios del banco se multiplicaron por nueve, aunque después vendría la resaca y, a la postre, la crisis.
Había nacido una potente banca de inversión en Galicia. Luis Alonso enumera ocho grandes empresas industriales promovidas o participadas por el Banco de Vigo a la altura de 1923. Tres en el emergente sector eléctrico gallego: la Sociedad General Gallega de Electricidad, las Fábricas Coruñesas de Gas y Electricidad y Electra Popular de Vigo y Redondela. Dos vinculadas al desarrollo urbano: la sociedad para el abastecimiento de aguas de la ciudad y Tranvías Eléctricos de Vigo. Otras dos en el ramo metalúrgico y de la construcción naval: Hijos de J. Barreras y La Metalúrgica. Y finalmente, la Sociedad Anónima La Toja. En conjunto, solo en esas ocho iniciativas, había comprometido el banco inversiones superiores a los 54.5 millones de pesetas.
Paralelamente acometió el Banco de Vigo una notable expansión territorial. La enfocó primeramente hacia el entorno de su ciudad de origen, pero extendió paulatinamente sus tentáculos hacia las cuatro provincias. A principios de 1925, cuando sonaron los tambores de crisis, la entidad estaba presente en 17 localidades gallegas. Contaba con sucursales en Ourense, Pontevedra, Santiago, Vilagarcía de Arousa, Monforte y Noia. Y la red se completaba con once agencias, cinco de ellas en la provincia de Ourense -Ribadavia, O Carballiño, Celanova, Verín y O Barco de Valdeorras-, cuatro en la de Pontevedra -A Estrada, Tui, Marín y A Guarda-, una en A Coruña -A Pobra do Caramiñal- y otra -Chantada- en Lugo.
Meses antes del cataclismo nadie cuestionaba la solvencia del Banco de Vigo. La entidad remuneraba las cuentas corrientes a la vista con un 2 % de interés y los depósitos a plazo de acuerdo con una escala progresiva que alcanzaba el 4 % en las imposiciones a un año. En enero de 1925, cuando se desató el pánico, el banco suspendió pagos y los clientes se apresuraron a formar comisiones de acreedores para tratar de recuperar sus ahorros, los depósitos ascendían a 13,7 millones de pesetas.
Pero esa, la historia del default y de la liquidación del Banco de Vigo, la aplazamos hasta la próxima semana.