Cuchillos que son la bomba

Sara R. Estella PEKÍN / LA VOZ

MERCADOS

Wu Tseng-dong, un artesano, utiliza parte de los millones de obuses que Mao lanzó sobre la isla taiwanesa de Kinmen para fabricar los que se consideran como mejores cuchillos de Asia

21 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Pasado y presente se funden en cada hoja de cuchillo que moldea Wu Tseng-dong. En su pequeño taller fabrica cada día unas 100 piezas. Y su materia prima salta a la vista nada más entrar. Decenas de viejos obuses se apilan en uno de los laterales de la fabrica en la que trabajan otros cuatro empleados más. Con un soplete, Wu y sus compañeros cortan en trozos lo que queda de esas bombas y después, a golpe de martillo y calentándolas con fuego, consiguen darles forma y afilarlas al gusto del cliente.

Sin embargo, el corte más profundo que cada uno de estos cuchillos dará va implícito en su propia historia. Los obuses de los que se extrae el acero y dan esplendor al negocio pretendían justamente lo contrario. Fueron lanzados por las tropas de Mao Zedong hace ahora 60 años en su último intento por conquistar Kinmen, una pequeña isla taiwanesa en la que el padre de Wu acababa de abrir su taller. Él tenía solo 7 meses cuando Pekín lanzó su peor ataque, el 23 de agosto de 1958. «En un solo día cayeron cerca de 500.000 obuses. Después bombardeaban en días alternos durante casi 20 años. Mi familia y yo pasamos mucho miedo, cada noche nos escondíamos en refugios antiaéreos», explica Wu a La Voz. Caprichos del destino, «cada día siguen apareciendo esas viejas bombas en obras o enterradas en el campo», afirma el maestro cuchillero. «Estas armas que pudieron matarme me sirven para ganarme la vida», zanja.

Sobre un altillo guarda apilados cuatro proyectiles diferentes. «Al recopilar los obuses, nos dimos cuenta de que no todos estaban destinados para que explotaran. Si te fijas aquí -dice señalando una abertura en una bomba- hay varios papeles enrollados. Es material propagandístico que Mao lanzó para adoctrinar y ganarse el favor de los habitantes de esta isla», narra orgulloso.

Mientras Wu sigue su faena, a través del cristal que separa el taller de la tienda de cuchillos, decenas de turistas chinos se asoman a admirar su trabajo artesanal. «El 50 % de mi producción anual la compran los turistas chinos», reconoce Wu. Unos visitantes que han aumentado en la isla desde que hace años se inauguró un ferry que une la ciudad china de Xianmen con Kinmen. En solo 30 minutos se cruza de una orilla a otra y eso hace que el año pasado desembarcaran en la isla un millón y medio de turistas chinos.

Esta cercanía que en su día situó a la isla como la línea más expuesta a los ataques de China, ahora sin embargo quieren aprovecharla para reflotar su economía. Su legado bélico, presente en playas con hierros antidesembarco, tanques y miradores, se utiliza para atraer turistas. Incluso en varias guaridas de guerra se escenifican teatros breves escenificando hazañas militares del pasado.

Además, la isla ha construido un enorme centro comercial que alberga tiendas de las marcas más lujosas del mundo y un hotel de cinco estrellas que de momento no goza de muchos visitantes. «Hay que promocionarlo más, es cuestión de tiempo», analiza Isaac Wang, un ex militar que ahora trabaja de guía turístico. La supervivencia económica ha propiciado ese acercamiento entre esta isla taiwanesa y China pero solo eso, advierte Isaac: «Políticamente somos taiwaneses y la economía no podrá con las ansias de democracia».