Cada día hay menos gallegos. Las muertes superan por goleada a los nacimientos. El año pasado fueron doce mil más, el récord histórico conocido, cifra que será superada posiblemente este año, y el que viene superará al actual. Tan fuerte es la cuestión que hemos llegado al punto de que aquí es más fácil ver a un parado encontrar un empleo que ver a una gallega tener un descendiente. Estamos al borde de ser un país de ancianos y pronto, si perdemos la ilusión de cambiar las cosas, seremos también un país de viejos. Menuda herencia dejaremos.
Es evidente, y la sociedad en general así lo piensa, que necesitamos un pacto de las fuerzas políticas gallegas por la demografía. Aprobar una estrategia política que, gobierne quien gobierne, se mantenga inalterada por al menos un par de décadas. ¿Ocurrirá? Lo dudo. Aquí, en esta tierra, hinchamos el pecho para entonar el himno gallego y, una vez expulsado el aire, nos ponemos en posición de descanso, en espera de otro acto, a poder ser, mediático. Al final, ser gallego va a ser oficio de tenores.
Galicia está creando cotizantes a la Seguridad Social a tasas superiores al 2 %, quiere esto decir que, dentro de cuatro años, si no antes, en determinados sectores y para determinadas cohortes de edad, veremos tensiones laborales, nos estaremos situando en tasas de paro relativamente bajas, mientras que en otros colectivos posiblemente tengamos que esperar más tiempo. Es decir, los años veinte de este siglo serán, en cierta medida, similares a los vividos hace cien años. Es bueno recordar que Europa central, al poco de haber salido de la primera Guerra Mundial, no solo se había olvidado de sus muertos, sino que se había tirado a la calle a bailar el foxtrot. De hecho, el crack del 29 no es más que el punto más álgido de una sociedad pendular, de una sociedad que pasa de la depresión a la euforia. ¿Aquí seremos distintos? Lo dudo, acaso porque nuestros médicos nos lo impidan para evitar esfuerzos impropios de la edad.
¿Qué estoy diciendo? Que vamos camino de ser dos cosas, un pueblo envejecido, y un lugar de destino de población inmigrante. Dos escenarios que pueden ser oportunidades o amenazas, como la lluvia, que cuando llega a chorro y en tormenta destroza lo construido, pero cuando se canaliza, se programa y se direcciona, solo genera avances a las sociedades que la reciben. Por tanto, tenemos dos retos, uno de largo plazo, de políticas natalicias, de favorecer a la madre y a la familia. Alguno dirá que esto es de derechas, no sé, lo que tengo claro es que es de sentido común. La segunda, es de medio plazo, política migratoria, y aquí juega un papel fundamental nuestra educación superior. Dos cosas hemos de pedirles a nuestras universidades y, lógicamente, apoyarlas si deciden tomar ese camino. La primera, transferencia de conocimiento a Galicia, y la segunda, internacionalización total de su sistema educativo. Ha de ser fácil, muy fácil, para un extranjero estudiar aquí. Hoy no lo es. Gastamos millones de euros en facultades y después invertimos dos reales en residencias universitarias. Nos quejamos de que algunos campus están vacíos y no entendemos que con otros dos reales podríamos convertirlos en campus internacionales. ¿No se sabe? Pues otros sí, pregunten y, sobre todo, deséenlo. Este debía ser el primer paso de nuestra política migratoria.
¿Qué nos pasa? Que en Galicia no hay sociedad civil, nadie es capaz de influir en la agenda de nuestras fuerzas políticas, y estas se instalan permanentemente en sus zonas de calor, pero esas zonas son las suyas. Las nuestras, son otras. Son las que secan las lágrimas de la frustración, las que alimentan sueños, estómagos, las que humanizan el capitalismo, las que cuidan de nuestros enfermos, las que nos respetan, las que nos recuerdan que somos una comunidad de personas llamada Galicia.