Con excepción del presidente del BCE, Mario Draghi, nadie ha encarnado la política macroeconómica europea de los últimos siete años como el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schaüble. Por eso mismo es tan significativo lo que ya parece su seguro alejamiento del cargo, cuando se forme el próximo Gobierno federal.
Al margen de su papel de primer orden en la política interna de su país, el protagonismo de Schaüble dentro del Eurogrupo está más que confirmado. Las imágenes sumisas de algunos ministros de países de la UEM (las del anterior responsable económico del Gobierno portugués dieron la vuelta al mundo) apenas dejaban rastro de duda sobre quién mandaba realmente allí.
En este punto hay que recordar que la gravísima crisis europea reciente fue, al menos en una parte importante, autoinfligida: la política de austeridad, que partía de una razón poderosa en el 2010 -el absoluto descontrol en las cuentas públicas- no acertó en sus ritmos, ni en su intensidad inusitada, ni en su duración. Por todo lo cual, contribuyó a crear más problemas de los que solucionó. Pues bien, es imposible pensar en esos errores de política sin recrear imágenes en cuyo centro estaba siempre Schaüble. Y luego están los famosos «nein, nein, nein» de la señora Merkel, cuando alguien mencionaba la necesidad de reformas en la estructura europea en sentido de reforzar la solidaridad (como las diferentes propuestas de crear eurobonos). Un no rotundo a cualquier cambio que pudiera sonar a la denostada unión de transferencias o a programas de crecimiento paneuropeos, detrás del cual aparecía siempre la figura del poderoso ministro.
Teniendo en cuenta esos precedentes, el adiós de Schaüble debiera parecer una gran noticia para el proyecto de integración europeo, ahora que este intenta recargarse, con un presidente francés más dispuesto para el liderazgo y una Comisión Europea que da muestras de reconocer las consecuencias funestas de su anterior pasividad. Y sin embargo, si se piensa con algún cuidado, podría finalmente traer consigo más inconvenientes y riesgos que ventajas. Por dos razones.
En primer lugar, la visión de Schaüble de lo que tiene que ser una política macroeconómica no es más que un resumen de las ideas económicas básicas que predominan ampliamente en su país, y que suelen calificarse de ordoliberalismo, con particularidades notables frente al pensamiento neoliberal que tanto ha prevalecido en otros pagos. La preocupación por la inflación, la idea de equilibrio fiscal o la percepción de la deuda presentan en Alemania unos rasgos singulares, aceptados por casi todos, de derecha a izquierda (de hecho, la política de Schaüble ha sido suscrita sin rechistar pos sus socios socialdemócratas). Por eso no será fácil, en ningún caso, que el nuevo Gobierno alemán se abra fácilmente a las nuevas propuestas de reforma de la eurozona que se van disponiendo de cara a los próximos debates.
En segundo lugar, los resultados de las recientes elecciones han dibujado un escenario muy complejo para la formación del nuevo Gobierno. La entrada del Partido Liberal parece imprescindible, y ese partido ha demandado hacerse cargo del área económica. Pues bien, si nos atenemos a su programa electoral, la política europea iría en el sentido de multiplicar las presiones y exigencias sobre los países endeudados del sur, hasta el punto de plantear la expulsión de Grecia de la UEM. La composición del nuevo Gobierno de Alemania podría ser algo del máximo interés para nosotros. No vaya a ser que acabemos por añorar a Schaüble.