Galicia es nuestra mirada. Si centramos la vista en Madrid, periferia. Finisterrae. Si buscamos el Atlántico con más ahínco que las mesetas castellanas podremos ser epicentro. Seremos como nos visualicemos. En todo caso, parece evidente que hemos de salir del espacio de mediocridad en el que nos hemos instalado en el último siglo. Fuimos grandes cuando desde nuestros puertos salían, un día tras otro, cargueros hacia América, y retornaban con hombres y mujeres llenos de proyectos. Así se construyó la Galicia ambiciosa del siglo XIX, abierta, plural y amante de sí misma. El siglo XX nos taló, nos cubicó y posteriormente nos colocó en el almacén regional, esto para ti y esto para el otro, todos iguales en normas y reglas. La España jacobina del franquismo, a la vez que nos marcaba el ritmo industrializador, nos convertía en rostro diferente de una misma expresión. Hoy, transcurridos cuarenta años de la muerte del dictador, cabría preguntarse cuáles son nuestros diferenciales positivos frente a las demás autonomías de España. Sustancialmente ninguno. Y siendo en nada diferentes, ¿cómo vamos a cambiar nuestra posición en esta carrera? Sí, carrera, porque competimos, guste o no, y en todos los frentes. Y en muchos, como bien sabe, vamos perdiendo. En capital humano, sin ir más lejos, Vigo y A Coruña están robándole talento a Ourense y Lugo, y, a la vez, Madrid y Barcelona nos lo están quitando a todos nosotros. ¿Y?
Alcanzamos el poder autonómico y centramos nuestra energía en el desarrollo competencial. En demostrar que desde aquí lo haríamos mejor. La mayoría ya lo compramos. No se cuestiona. Ahora toca cambiar el paso. Toca apertura, y por todos los poros. El presidente Feijoo dirá, y con razón, que nunca se han destinado más recursos a la internacionalización de las pymes gallegas. Ya, pero no es solo esto. Nuestro destino no es ser una Fenicia del siglo XXI, es ir más allá, emular a los que se quedaron con sus puertos. El modelo ha de ser la Grecia del conocimiento. Israel, por ejemplo, lo entendió perfectamente hace dos décadas, y ahí está, liderando la innovación en el mundo.
Alguien me puede explicar por qué siendo epicentro del Atlántico ya no hablamos con las otras orillas. Tenemos lo que más se puede desear, talento y dos lenguas maternas. Nuestras universidades están cargadas de capital humano de primer nivel y poseemos dos de los idiomas más hablados. Ahí está Hispanoamérica, ahí está Brasil o el África lusófona, ahí están novecientos millones de personas. Sí, haga la suma, prácticamente mil millones sin tener que decir «How are you?». Países jóvenes en todos los sentidos, hambrientos de conocimiento. ¿Alguien me puede explicar cómo teniendo lazos históricos con una comunidad de cerca de mil millones de personas y tres universidades, con no menos de tres mil doctores académicos, no hemos sido capaces de convertir a Lugo, Ferrol, Pontevedra u Ourense en ciudades universitarias inundadas de estudiantes extranjeros? Fácil explicación, la educación internacional se mueve en el postgrado y no en el grado, y ninguna de esas ciudades tiene una escuela internacional de postgrado, como tampoco ninguna tiene capacidad para alojar a 3.000 estudiantes extranjeros. Algún alcalde o el presidente Feijoo me dirán que falta mucho para llegar ahí y si esa es la respuesta, le diré que no tanto, solo el coste de unos kilómetros de AVE, tanto como seis o siete por ciudad. Con lo que cuesta construir veinticuatro kilómetros de AVE y las ideas claras en educación universitaria, esas ciudades, nuestra Galicia, hoy sería distinta, tanto como que nadie les volvería a robar su talento. ¿Le parece poco? Tocan nuevos tiempos, toca entender que el futuro correrá sobre las carreteras de lo intangible.