No parece que la súbita caída producida esta semana en las bolsas vaya más allá de un susto, que no debiera tener continuidad. Eso sí, es más que un mero ajuste ante el fuerte crecimiento previo de los valores bursátiles, mayor que el de la economía y los beneficios empresariales. Afirman los analistas del mercado que esta vez el sobresalto en Wall Street fue provocado por la aparición de algunos datos no previstos (positivos, de mayor crecimiento de empleo) que avivaron las expectativas de inflación a corto plazo. Los sofisticados sistemas de transacción -altamente mecanizados- habrían sobrerreaccionado ante esos datos, generando una corriente de ventas y, en pocos minutos, un auténtico efecto de manada que se trasladó al resto del mundo. Todo ello con el telón de fondo de una previsión de aumento de los tipos de interés más rápida de lo que antes se sospechaba.
Dejando atrás las cuestiones circunstanciales, este pequeño crash da pie para hacer algunas reflexiones de mayor calado. Destacaremos tres. La primera se refiere a la impresión idealizada que se ha ido imponiendo en los últimos meses sobre la evolución y perspectivas de la economía internacional. Sin duda la coyuntura es buena, pues casi todas las grandes economías están creciendo a buen ritmo, pero son muchos los rasgos de fondo que siguen apuntando a importantes desequilibrios; la alta volatilidad, el repentino retorno de una cierta histeria, traen consigo el recuerdo inopinado de trastornos no del todo resueltos. Entre ellos hay dos que destacan: la permanencia de niveles de deuda desmesurados en los mercados internacionales; y la necesidad de un cambio de orientación de las políticas monetarias por parte de unos bancos centrales en situación «al borde de lo desconocido» (con sus balances en niveles antes nunca vistos).
Esto nos lleva al segundo punto. El retorno a una cierta normalidad monetaria llevará a una subida de los tipos de interés, según están anticipando desde hace varias semanas los mercados. En Estados Unidos y Europa es muy probable que en el próximo año y medio se sitúen un punto por encima de su nivel actual. La cuestión importante es si estamos ante una firme tendencia al alza de los tipos en una perspectiva de largo plazo; un asunto de notable interés, pues entre otras cosas una situación así complicaría mucho el pago de la enorme deuda acumulada en países como el nuestro. Pues bien, no parece que ese sea el escenario más factible. De hecho, en el que quizá sea el documento reciente que mejor cartografía las políticas monetarias presentes y futuras -Rethinking Macroeconomic Policy, 2017, coordinado por O. Blanchard y L. Summers- se apuesta por un panorama de tipos reducidos, neutros, operando por debajo de las tasas, tampoco muy elevadas, de crecimiento económico. La subida de los tipos tendría, en esa bien argumentada visión, un recorrido limitado.
La tercera reflexión parte del mencionado protagonismo que han tenido en las caídas bursátiles los procedimientos operativos de alta frecuencia (high-frecuency trading). Y es que se constata una vez más que unos mercados tan sensibles como las bolsas vienen gobernados, no por decisiones humanas, sino por máquinas potentes que procesan información a la velocidad de la luz (hablamos cada vez más de nanosegundos). A medida que ha ido cobrando fuerza esta operativa, se han hecho más frecuentes los episodios de minicolapso súbito (caídas fuertes, y bruscas, a las que siguen recuperaciones). El más importante y amenazador fue el ya famoso flashcrash de mayo del 2010. Con ese trasfondo, el de esta semana parece un nuevo aviso de que acaso no está lejano un susto que, esa vez sí, será difícil de olvidar.