Feijoo se queda. Me alegré, debo reconocerlo, y no creo que sea el único. Y si se hubiera ido, hubiéramos dicho «no pasa nada». Al fin y al cabo, estamos tan acostumbrados a ver marchar a los nuestros que uno más, aunque sea el propio presidente, encajaría en esta maldita dinámica de pérdida constante de talento.
Aunque a Galicia le falta mucho para llegar al destino que desearía para ella, lo cierto es que está cambiando y lo está haciendo de la mano de sus empresas más pujantes, que ya no son pocas. Hay una nueva clase empresarial, con un fuerte sentido de lo que es Galicia. Ahí están los Chousa en Lugo, referentes incuestionables en su sector a nivel nacional y dando trabajo directo a cerca de 700 personas; Cortizo, en Padrón, con una multinacional de 3.000 profesionales; o Tino Fernández, con una tecnológica que cotiza en el Mercado Alternativo y da empleo a casi 1.000 informáticos. O Lito Pose, que con Aluman no solo ha revestido el principal edificio de Colombia, sino que ha convertido la marca creada por su padre en un sello internacional de calidad. O Ignacio Rivera, considerado mejor empresario de España y hace unos días, en Mónaco, premiado como uno de los mejores del mundo por EY. He mencionado cinco, pero podría mencionar cincuenta o cien empresarios de su misma talla y no estaría realizando ninguna exageración. Bien, pues esto es Galicia. Moderna, ambiciosa, carente de complejos. Y discreta, esa es una de las múltiples herencias positivas que nos deja el icono por referencia, que es Ortega. Los grandes empresarios de Galicia no hacen ruido y por eso, a veces, algunos creen que no existen. Afortunadamente, eso no le pasa al presidente, que tiene bastante claro cómo es el tejido económico empresarial de esta tierra. Otra cosa es que Galicia esté cambiando a un ritmo más acelerado que el que la Administración, en su esquema actual, es capaz de asumir. Eso nos llevaría a hablar de la gobernanza de la Xunta de Galicia, la estructura burocrática que hemos construido en las cuatro décadas de democracia, y que toca redefinir, porque de modo perverso se ha convertido en un freno al cambio. El enemigo lo tenemos dentro de casa.
En el lado positivo, hay que reconocer que abundan los conselleiros de perfil dialogante, abiertos al cambio y con altura de miras. Lo escribo y pienso en Alfonso Rueda, Paco Conde, Ángeles Vázquez, Bea Mato o Valeriano Martínez, entre otros. Feijoo ha construido un buen equipo, es sólido y profesional. ¿Qué le falta? Su agenda de prioridades. Ahí reside el punto débil de esta Administración y ante esa enfermedad solo hay una solución, más diálogo con la sociedad, y no porque sea poco el actual, es porque los cambios son permanentes. Y algo más, una vicepresidencia económica. Por dos motivos, primero, para que la lectura que realizan de la Galicia económica los diferentes conselleiros que interactúan con ella sea la misma, algo que hoy no ocurre. Y segundo, los ritmos, hoy, no son homogéneos. Y puestos a sugerir cambios, no me parece una estupidez emular la idea de Sánchez y crear un Ministerio de Ciencia y Universidad, aunque siendo precisos diría, Ciencia y Educación Superior.
El crecimiento empresarial bebe de dos factores, esto es de manual de primero, capital humano y capital físico. Del segundo hoy ya hay y del primero lo que hay son carencias, las cuales están alimentadas por una Ley de Universidades de Galicia que bien podría haber sido redactada por Josef Stalin, es intervencionismo en estado puro y blindaje a muerte del sector público. ¿Es como visualiza Galicia el presidente? ¿Un coto cerrado? El mismo. Me pierdo. Me enojo. Hoy me prometí a mí mismo ser amable con Feijoo. Pero hay tantas cosas que cambiar…