La Eurozona penetra en el invierno de su recuperación económica

Cristina Porteiro
Cristina Porteiro BRUSELAS / LA VOZ

MERCADOS

ORESTIS PANAGIOTOU

El crecimiento del PIB empieza a enfriarse por la demora de Francia e Italia a la hora de activar reformas estructurales; el «huracán Trump» podría echar aún más leña al fuego. España busca oxígeno para aliviar los efectos de la deuda, el proteccionismo y la dependencia energética

15 jul 2018 . Actualizado a las 05:13 h.

Todo buen alpinista sabe que solo puede dar por conquistada una montaña cuando ha vuelto con vida al campamento base. El descenso es el momento más crítico de la empresa. Hay tres ingredientes que desencadenan las graves tragedias: los errores humanos, la falta de oxígeno y las condiciones meteorológicas extremas. La Eurozona alcanzó la cima de su recuperación económica en el 2017, pero el camino de vuelta hacia el crecimiento estable y sostenible se presenta enrevesado y agotador por el gran número de obstáculos que se atisban desde las alturas.

El ascenso a partir del 2014 fue doloroso para algunas potencias del euro como España, cuya economía arrastró durante años el lastre de la falta de competitividad. Su debilidad la empujó hacia el borde del precipicio. A ella, a Italia, a Portugal y al conjunto de la zona euro a la postre. Tras durísimos ajustes y dopada con el oxígeno artificial del BCE, en forma de compras masivas de bonos, en el 2014 la Eurozona se vio con fuerzas para emprender el ataque a la cumbre. Tres años consecutivos de crecimiento en su economía culminaron con la conquista de un modesto pico de crecimiento (2,4 % del producto interior bruto) en el 2017. La locomotora del euro, Alemania, ha crecido a un ritmo moderado, pero sostenido, abriendo vía y dejando margen fiscal para poder estimular la economía si se enfría demasiado. Algunos de sus socios del sur y Bruselas han suplicado durante años a la canciller alemana, Angela Merkel, que lo haga, sin éxito. Las cuentas germanas y holandesas acumulan monstruosos superávits desde hace una década, en detrimento de sus socios del euro, quienes, tras años de crecimiento, empiezan a cuestionar su solidez. Las grandes bolsas de deuda, los riesgos externos y la inacabada arquitectura de la eurozona amenazan con echar al traste la misión.

Deuda

¿Se imaginan trabajar un año entero sin descanso para devolver un adeudo? Esa es la carga que portan hasta cinco países de la zona euro. Grecia cerrará el año con una deuda del 177,8 % del PIB. «Es insostenible. Una bomba de relojería», aseguran fuentes europeas. Aunque el eurogrupo ha acordado medidas para aliviar el peso que cargan los griegos a sus espaldas, pocos expertos creen que será posible encarrilar su economía sin una quita, a pesar de que el país comenzó a crecer al 1,4 % en el 2017 y alcanzará velocidad de crucero en el 2019 (2,3 %). Italia sigue con la deuda empantanada en el 130,7 %. Portugal en el 122,5 %. El Banco Internacional de Pagos (BIS) apremió en el mes de junio a las economías más endeudadas del euro a reducir su exposición ahora que los vientos todavía soplan, aunque con menos fuerza, a favor. Eso supone emprender reformas estructurales y dejar de depender de la política monetaria para impulsar y garantizar la sostenibilidad del crecimiento, prepararse para capear cualquier cambio brusco de las condiciones del entorno. Cambios que podrían sustanciarse en cualquier momento.

Riesgos externos

El crecimiento de los 19 empieza a enfriarse, el PIB progresará en los próximos dos años a un ritmo más lento. De las grandes potencias, Italia y Francia son las que tienen peores perspectivas de desarrollo. Bruselas lo achaca al retraso en las reformas estructurales. A esa coyuntura se suma la existencia de un riesgo nada menor: un invierno económico prematuro debido al «huracán Trump». Los vientos proteccionistas que soplan desde la cara oeste del Atlántico amenazan con frenar el progreso y la estabilización de las economías del euro. La guerra comercial que ha desatado el presidente estadounidense puede acabar levantando barreras infranqueables para las exportaciones europeas. El magnate apunta al corazón de la economía germana: el sector automovilístico. El 31 % del superávit comercial de la UE con Estados Unidos depende de las ventas de automóviles. Las ofensivas contra otros socios de los europeos, como China, acabarán infligiendo daños colaterales al bloque. El enfriamiento repentino de las economías del euro puede tener un efecto dominó en el conjunto del bloque. La retirada paulatina de los estímulos del BCE y el aumento de los tipos de interés en octubre del 2019 encarecerán el euro y, con ello, las exportaciones. La falta de confianza empresarial y la subida del precio de la energía podrían sumergir a la Eurozona en otro ciclo de anemia económica. «Los precios del petróleo y el gas experimentarán una fuerte tendencia al alza en relación con los niveles actuales», advierte la Comisión Europea en uno de sus informes. El gobernador del Banco de Francia, François Villeroy de Galhau, lanzó recientemente nuevas señales de alarma. Entre la avalancha de problemas que amenazan a la eurozona incluyó «la amenaza proteccionista, los tipos de cambio desfavorables y las correcciones abruptas de los mercados financiaros».

Arquitectura inacabada

Con este escenario es oportuno preguntarse si las potencias del euro están preparadas para salir adelante. La protección que ofrece la actual arquitectura de la Eurozona no parece suficiente para evitar los shocks asimétricos entre los miembros del euroclub en caso de crisis. El debate sobre la creación de un presupuesto común y un fondo de garantía de depósitos europeo sigue estancado. «Deben completar la tarea de romper con el círculo vicioso de los bancos-deuda pública en la zona euro con un paquete de reformas que incluya ese depósito», insiste el experto de Bruegel Nicolas Véron. «Europa debe escoger el mal menor», resumió recientemente el economista Jean Pisani-Ferry, tras criticar la falta de consenso.

¿Qué senda sigue España?

Su ascenso ha sido más rápido, pero menos sólido que el de otros socios. No es la economía que más crece, como se suele decir, sino la decimosexta. En el 2015, el país creció un 3,4 %, su máximo. Desde entonces, el ritmo ha menguado hasta el 2,9 % previsto para este año y el 2,4 % del 2019. Los problemas de competitividad los ha resuelto a base de rebajas salariales y precarizar el mercado laboral. El nivel de deuda (97,6 % del PIB), el sexto más alto de la UE, y el porcentaje de desempleo (15,3 %), el segundo más alto, serán un reto para sostener el crecimiento. Sin el oxígeno del BCE, con la arquitectura del euro y sus cortafuegos inacabados, la necesidad de otro ajuste estructural de 7.000 millones de euros y la alta dependencia energética del país, las previsiones no son lo suficientemente halagüeñas para garantizar que España llegará al campamento base sin desfallecer por el camino.

El debate sobre el presupuesto común y el fondo de garantía sigue estancado