Hay días que siento que este país me puede. Que alguien me cuente dónde está la puerta, que me bajo. ¿La última gota? El acuerdo para revalorizar las pensiones según el índice de precios al consumo. Alguien dirá, ¿y qué quería usted? ¿Que mi pensión no se revalorizase? Pues mire, sí, me agrada que lo haga, pero también me importa que cuando llegue mi día sigamos teniendo un sistema, y que este esté vivo y sea sostenible. Esto es lo que me preocupa, que hemos instaurado como norma que toda decisión política es acertada si es populista. Esto ya no. Uno es capaz de soportar ciertas dosis de cinismo, y hasta de postureo populista, lo que no es capaz de aguantar es a todo el Pacto de Toledo jugando a ver quién es el más guapo.
La sostenibilidad del sistema de pensiones no es compleja, pero implica una batería de medidas complementarias, como otra política de inmigración y otra política de natalidad y, a su vez, estas necesitan nuevas decisiones, cambios en cascada. Unos llevan a otros, y todos estos, si se desarrollan de modo acertado, llevan a la sostenibilidad del sistema. Así, sí compro la revalorización automática. Pero de esto no habla nadie. Hay miedo generalizado. La bancada parlamentaria tiene pánico a ser sensata.
Un día tras otro, me rompen los oídos con subidas fiscales y cuando me pregunto para dónde va a ir todo ese dinero, ¿saben que veo? Silencios y más silencios. Aún no han pensado dónde gastarlo y ya tienen claro que a mis bolsillos le han de sacar aún más impuestos de los que hoy en día le retiran. ¡Pues no! ¿Cuál es la meta? ¿Nuevas políticas redistributivas o golpearme por ser clase media? ¿Me tengo que avergonzar de algo? ¿Debo pedir perdón por haber pasado una gran parte de mi vida estudiando y otra tanta tomando riesgos empresariales? ¿Debo pedir perdón por haberme despertado por las noches y quedarme desvelado? Si el Estado quiere que aporte más, lo haré, ¡qué remedio!, pero si quiere que sonría, que me convenza de que es necesario, y si no lo hace, ya sé lo que tengo enfrente, a un ladrón, que usando su fuerza toma lo que es mío. Y si es así, no me pida que le dé las gracias. Todo lo contrario, lucharé para que su poder vuelva al lugar original, a la ciudadanía.
Y dicho esto, por favor, que se vuelva a la realidad del país. Las bolsas de paro aún son inmensas. El consumo familiar, que nunca ha sido del otro mundo, se empieza a debilitar. La inversión privada se desespera ante las nuevas dosis de incertidumbre. Y mientras, nos encontramos incapaces de insertar a los excluidos. Esto no está fácil. Cansa tanta frivolidad. Que la tesis doctoral de Sánchez no es buena, ¿y qué? ¿Alguien lo votó por ser doctor? Mi voto, desde luego, no va a estar condicionado por ese tema. ¿Que Casado recibió algún trato de favor? Pues lo mismo, ¿le preocupa el tema? Pues no lo vote. Lo que me preocupa del nuevo líder del PP es conocer su hoja de ruta para España y no cuántas veces fue a clase. Lo tengo claro, que trabajen los fiscales, y si no hay caso penal, pasemos página y rápido, porque a mí lo que me arde es el alma viendo cómo pasan los días sin que se aborden los problemas de este país. Y ahora, lo último, la ministra de Justicia, que si le llamó «maricón» a un compañero hace nueve años en el marco de una comida con copas. ¡Ahí va otro serial! A este ritmo ni las noticias voy a ver en televisión. Mire, mientras sus decisiones no sean homófobas, lo que haya dicho en una comida privada me es indiferente. Lo que no me deja tan tranquilo es el sinvergüenza que, mientras pedía una copa más, ponía la grabadora. Pero, ¿qué clase política estamos buscando? ¿Quién es tan perfecto?
Tenemos un país cargado de leyes. Donde haya indicios de delito, a la Justicia, y dónde no, a trabajar que hay mucho que hacer.