Las municipales están ahí y, sin embargo, no estamos destinando ni un segundo a hablar de las ciudades ¿A nadie le interesa? Es evidente que no es así y es igual de evidente que las decisiones que adopte el Congreso tienen una mayor capacidad de influencia en nuestra vida, y aquí sí hay precampaña. Las espadas están en alza. Y tanto, que me atrevo a decir que las próximas elecciones hablaremos de ideología. Tendremos que mirar a la transición para observar debates similares.
La muerte del dictador permitió construir una democracia gótica. Se nos mostró, a puertas abiertas, el poder del Estado franquista, y se nos explicó que estaba ahí para servirnos. Y, a continuación, se nos recordó que la luz del mediodía solo caería sobre el altar. Podrían haber decidido que iluminase la nave central, abarcando a todos, pero no fue así. Nos convencieron de que lo natural era que solo se desparramase sobre los que tienen acceso al ábside y ese espacio, nos insistieron, es de acceso restringido. Se nos recordó que Dios, el Estado, está ahí, pero también su Iglesia. Así construimos una estricta y refinada partitocracia, un sistema que, como sugirió el filósofo Gustavo Bueno, se consolidó como una deformación de la democracia, donde cada partido tiene sistemáticamente que atacar al otro. Por ello, el bipartidismo real no solo encajaba, sino que iba más allá, era necesario y, en este sentido, que ambas fuerzas se autodefiniesen como estatalistas, facilitó su consolidación. ¿Por qué deshacerse de los instrumentos de poder que con tanto tesón había creado el dictador durante cuarenta años?
Por ello, las contiendas electorales se mostraron, en el campo ideológico, insulsas. Se buscaron diferencias ajenas a lo sustancial, más centradas en el campo de la ética, la moral o lo penal, como el estado de la corrupción, el papel de la Iglesia, o el fortalecimiento de medidas de carácter progresista o conservador, según fuera el ponente, PSOE o PP.
Me temo que algo está cambiando y esto se le debe a Pablo iglesias. El líder de Podemos ha sacado sus líneas programáticas y Sánchez, pidiendo tiempo, las ha comprado, de tal modo que ya no se sabe quién es el impulsor. En todo caso, es evidente que una coalición PSOE-Podemos tendrá como objetivo un nuevo papel del Estado, que no una nueva democracia, y que este pivotará sobre la redistribución. Esto supone un cambio sustancial sobre la socialdemocracia de Felipe González, ya que se reemplaza el principio de igualdad de oportunidades por el de la redistribución. Ya ve, vive en el bosque de Sherwood, y usted sin enterarse. Más complejo será saber quién es Juan sin Tierra, el gobernante que sangraba a tributos a aquellos que no le eran leales.
Ante la nueva artillería programática de Sánchez-Iglesias se están levantando, al menos, dos frentes, los liderados por Casado y Rivera. En cuanto a Ciudadanos, es de esperar una batería de propuestas de carácter liberal, que, si están en consonancia con su discurso público, deberían venir acompañadas de reformas estructurales de nuestra democracia. El enigma reside en Casado. La resurrección de Aznar, y su discurso liberal, estimulada por la nueva dirección popular, hacen presagiar, por un lado, un abandono del estatalismo que durante tantos años acompañó a los líderes de Génova y, por otro, una búsqueda del espacio político de Ciudadanos. Si esta dinámica se sostiene, estaremos hablando de una contienda electoral basada en dos grandes frentes ideológicos, uno que reclamará menos Estado y más España, y otro que defenderá más Estado y menos España. Interesante, y no por el debate sobre España, al que ya estamos acostumbrados, sino porque, por primera vez en nuestra historia reciente, abordaríamos los pros y los contras del estatalismo económico.