A diferencia de lo que se pensaba hace dos meses, hoy no solo los analistas sino los mercados dan por cierto que el BCE no modificará los tipos de interés este año. Y no porque Draghi no quiera despedirse con una subida de tipos (no necesita más gestos, es el salvador del euro), sino porque parece evidente que no hay necesidad de enfriar la economía de la eurozona, más bien lo contrario.
Durante años, Alemania se quejó de las medidas expansivas del BCE, a las que algún dirigente llegó a responsabilizar del ascenso de la extrema derecha en ese país, y defendió, y cuando pudo exigió, recortes y austeridad. Pero ahora, el fantasma de una nueva recesión parece alcanzar a todos.
Al menor dinamismo de la demanda de bienes y servicios europeos, que es la que determina la producción y el empleo, contribuyen varios factores. Por una parte, la desaceleración de las exportaciones, como consecuencia de la incertidumbre generada por el brexit, el mayor proteccionismo y la creciente inestabilidad política a nivel global. Pero también la debilidad de la demanda interna, que en buena parte de los países de la eurozona no llegó a recuperarse después de la crisis. Estos hechos no son fortuitos. Son consecuencia, directa e indirecta, de decisiones políticas, externas e internas. A ver si esta vez los países centrales europeos, con Alemania a la cabeza, se dan cuenta de que es de su propio interés una Europa verdaderamente integrada y orientada a un crecimiento armonioso, no solo en el sentido de la convergencia, sino de una distribución de la renta más igualitaria. Todo lo que contribuya a este objetivo no es un problema, forma parte de la solución. Para conseguirlo, el BCE debe mantener sus medidas, pero, además, es necesaria una mayor integración (económica, fiscal, institucional), que solo se alcanza con decisiones políticas. Ese objetivo no solo contribuiría a la recuperación de la demanda interna, sino a frenar el tan preocupante ascenso de los partidos antieuropeístas y, en general, anti todo lo que la razón nos dice que debe ser defendido. Tal vez ya no se consiga en el corto plazo, pero merece la pena intentarlo.