¿Cuántos seguidores tienes? ¿Quién te regala productos? ¿Cuántos bots has comprado? ¿Cuál es tu rostro sin filtros y posproducción? ¿Cómo va tu marca personal? ¿Tu prescripción logra ventas? ¿Cuánto de ti va en esos textos? ¿Hasta qué punto es fingido todo el escenario? ¿Hasta dónde es tu vida o dónde empieza tu yo aspiracional? Esto no ha hecho más que empezar, porque yo ya no te creo y ahí se termina tu viaje como influencer. En un momento en el que tener una vida patrocinada es una opción aprendida de dudoso lucro y cuadro clínico psicológico casi garantizado, nos toca hacer una reflexión sobre esta profesionalización de las recomendaciones, los bodegones de productos y la exhibición con fines publicitarios.
No se trata de que no hayan sido un filón para los cazatalentos de departamentos de márketing y comunicación de los anunciantes. Las marcas han visto en estos personajes un modo de llegar a su público diana directo, con impacto y evitando las tarifas de medios convencionales y su unidireccionalidad. Parecía que esa naturalidad de alguien con gran conexión con su grupo de pares era una fuente inagotable de activación de las ventas. Esa cuenta de Instagram de famosa, modelo, actriz, viajeros o un carismático y fotogénico gatuno han sido artífices de la seducción para el receptor cansado de las ventanas tradicionales y donde es el perfil de consumidor el que hace la búsqueda activa del producto, servicio o idea.
Marcas de gama alta captaron a prescriptoras sin tanto glamour como gesto transgresor que no siempre ha calado. Las borracheras de las it girls que hacen de dj y ponen en boga si es cool llevar las bragas desteñidas de la abuela o tatuajes con forma de pajaritos se hacen casi tan populares como sus bodas. Chicas que con 22 años sienten que su existencia ha dejado de tener interés porque ya pasan a ser mayores y sin frescura. ¡Vaya faena!
#pornfood #selfie #iger #traveller nacen así y eso es lo que debes ser si quieres ser alguien. Parecer que lo eres. Siempre viene bien una storie en la que seas capaz de hacer creer que toda esa superficialidad tiene un fundamento. Una foto de un libro parece que basta. Y sí, es complejo resumir el fenómeno de los influencers porque hay categorías. Van las variables sociodemográficas de toda la vida: sexo, edad, ámbito geográfico, estatus social y luego todas las tribus, etiquetas o sectores que se te ocurran. Lo importante es tener un público compacto que, al ser analizado por quien te va a comprar usando la fórmula del engagement, sepa si más allá del número de la cabecera de la red social hay interacción real.
Real, verdadero, auténtico, coherente, lleno de razones ganadoras y más, argumentos para que te crean. Va de eso, de fe. Al final, se trata de una secta de pertenencia e integración en un grupo y distinción de otros. Y ese es un juego serio no apto para amateurs.
Entonces, si es algo construido por publicitarios, parece que no hay mucho que añadir, porque es un trabajo consecuente en un sentido comercial y honesto. El anunciante vende y compra prescripción, no es recriminable. Pero más lo eran quienes de cero y con vocación, voluntad, buen hacer entre amigos creaban una cuenta sobre gastronomía en su ciudad, BMX, fotografía de viajes u outfits de su puño y letra. Ese modo de hacer era lo que fidelizaba a los seguidores. Reconocerse en ellos, dando por hecho que el trasfondo de la sociedad actual no tiene más cama elástica que el consumo. El problema que está surgiendo con esta vertiente de la comunicación persuasiva es que está perdiendo credibilidad, se ha prostituido demasiado. Y por eso muchas veces ya no les creemos.