La tensión entre Estados Unidos y China no deja de aumentar y, con ello, la inquietud sobre el futuro de la economía internacional. En los debates en torno a este asunto dos expresiones se están haciendo de uso cada vez más frecuente: la un tanto intrigante trampa de Tucídides y la de globalización escindida. La primera se le ocurrió hace un par de años a un politólogo conservador norteamericano, Graham Allison, en su libro Destined for War, para intentar explicar un tipo de coyuntura histórica crítica en la que dos grandes potencias (una emergente, declinante la otra) se ven arrastradas a una situación inevitable de conflicto. Hace referencia al relato que el gran historiador ateniense del siglo V a. C. nos dejó sobre la guerra entre Atenas y Esparta. Allison estudia bajo ese prisma un buen número de casos históricos, que en su mayoría, aunque no siempre, acabaron en abierta confrontación. Para concluir que chinos y norteamericanos están destinados a pasar por un trance así en algún momento del siglo XXI.
Por incluir el escenario bélico, es evidente que esa vía de análisis parece a día de hoy muy exagerada. En cambio, la segunda perspectiva, la de una escisión profunda en la actual globalización -o si prefiere, la coexistencia de dos globalizaciones distintas y separadas en la economía mundial- parece mucho más realista. Y ello no tanto por la actual escalada proteccionista entre los dos países, como por la creciente confirmación de que ambos están desarrollando sus propias estrategias por la hegemonía, obviamente incompatibles entre sí.
Me explico: no sabemos muy bien en qué acabará la espiral de subida de aranceles (los norteamericanos, del 10 al 25 % para numerosos productos de exportación china). Pudiera ir a más, y en ese caso el efecto sobre el comercio internacional sería notable, y todos lo acusaríamos en unos pocos meses. Pero también podría ser una simple treta negociadora, para forzar la mano china en el nuevo acuerdo comercial que ambos están gestando. Si este finalmente se frustrase (por el momento, algo poco probable), sería la señal más clara de la honda separación de la que aquí se habla.
Lo que sí es seguro es que ambas potencias persiguen simultáneamente la hegemonía económica. En el caso chino, con dos manifestaciones fundamentales: la llamada nueva Ruta de la Seda, que busca con bastante éxito involucrar a un gran número de países en una relación profunda y estructural con su economía (mediante grandes inversiones en infraestructuras y sistemas productivos); y sobre todo, el posicionamiento como nuevo gran líder tecnológico, algo que hasta hace poco tiempo podía parecer una quimera, pero que ahora mismo se presenta como altamente factible, dado el lugar puntero que algunas empresas de ese país han conseguido ocupar en la gran revolución económica ahora mismo en marcha, la del 5G.
Es lo que por todas partes se está llamando ya guerra fría tecnológica (por ejemplo, «Un nuevo tipo de guerra fría», titula en portada The Economist). El caso Huawei, gravísimo en sí mismo, podría ser sobre todo la punta de lanza de un proceso general de restricciones a actividades con contenidos tecnológicos por razones de seguridad nacional. Restricciones que es evidente tendrán su replica, por lo que también algunas empresas norteamericanas se pueden ver muy afectadas. Con lo cual se abriría un nuevo contexto en el que, por primera vez en décadas, la innovación se viera seriamente refrenada.
Ya no hay duda de que asistimos a una batalla por la supremacía en el ámbito que en mayor medida decide el futuro: el tecnológico. Y eso sí puede provocar una afilada línea de fractura en la actual economía global.