Adam Neumann, el creador de WeWork, acaba de paralizar la anunciada salida a Bolsa de la empresa de «coworking» por las dudas generadas alrededor de su modelo de negocio
06 oct 2019 . Actualizado a las 05:16 h.Acaba de engrosar la lista de esos glamurosos ejecutivos que irrumpen -y disrrumpen- con una inusitada fuerza en el panorama empresarial, parece que se van a comer el mundo, cosechan la admiración -y la envidia- de casi todos, y terminan devorados por el éxito. Su caso recuerda, y mucho, al de Travis Talanick, el cofundador de Uber al que los inversores obligaron a marcharse tras años de excesos; o, incluso, al de Elon Musk, el creador de Tesla, apartado hace ahora poco más de un año de la presidencia de la niña de sus ojos por, entre otras cosas, su célebre incontinencia verbal.
La estrella rutilante venida a menos de la que hablamos no es otra que Adam Neumann (Tel Aviv, 1979), el padre del coworking, el fundador de WeWork, empresa especializada en alquilar y comprar edificios por todo el mundo, transformarlos por dentro y convertirlos en espacios de trabajo compartido. Los accionistas del grupo, el conglomerado japonés SoftBank, la firma de capital riesgo Benchmark Capital y la china Hony Capital, inversores a los que el propio Neumann sedujo en su momento para que le confiasen su dinero, acaban de apartarlo de la gestión. Y eso después de tener que aparcar la anunciada salida a Bolsa de la compañía. Primero parecía que solo durante un tiempo; y luego, definitivamente. O al menos ha dejado de figurar en los planes de futuro a corto y medio plazo.
Otro unicornio que se desinfla. Y ya van unos cuantos.
Hijo de un matrimonio de médicos, sus padres se divorciaron cuando él aún era pequeño. Se quedó a vivir con su madre. Con ella las mudanzas eran frecuentes. Siempre de aquí para allá. Hasta que en 1990, y después de un breve paso por Estados Unidos, se instalaron en un kibutz, una comuna agrícola en la que ella trabajaba como doctora en Oncología. Cerca de la complicada franja de Gaza.
Tanto cambio combinado con la dislexia que padecía no le hicieron las cosas fáciles en la infancia al pequeño Neumann.
Después de cumplir el servicio militar obligatorio en la Armada de Israel, se marchó a Estados Unidos con su hermana, la modelo Adi Neumann, para «conseguir un gran trabajo, divertirse mucho y ganar mucho dinero», como aseguró él mismo hace un par de años en una entrevista.
Allí se matriculó en el Baruch College de la City University de Nueva York. Pero lo dejó justo antes de graduarse. Tenía prisa por dedicarse a los negocios. Probó con varias cosas antes de dar con la tecla adecuada. Hasta fundó una empresa dedicada a la venta de ropa para bebés, que abandonó después, y que acabó convirtiéndose en la marca de lujo Egg Baby. Pero ya sin él dentro. En el 2010 conoció a su después socio Miguel McKelvey, con quien fundó WeWork. Juntos renovaron un inmueble de oficinas y subarrendaron la propiedad. Acabaron vendiendo el negocio, pero les sirvió para plantar la semilla de WeWork.
Con el desaforado crecimiento de la empresa llegó el dinero. Y, con él, el desenfreno a la vida de Neumann, a quien Forbes le calcula una fortuna de 2.200 millones de dólares.
Y han sido precisamente sus excesos de ejecutivo fiestero, entre otras cosas, los que han acabado dando al traste con la salida a bolsa de la compañía y con sus huesos fuera de los mandos. Eso y que, aunque haya estado comportándose como un genio de Silicon Valley, su negocio es básicamente el de una inmobiliaria. El de una a la que no le salen las cuentas: solo en los seis primeros meses del año ha perdido 904 millones. Lo bueno de todo esto, que ahora tendrá Neumann más tiempo para dedicarse a su glamurosa vida personal, junto a su esposa Rebeka, prima de la actriz Gwyneth Paltrow, su hermana Adi, ex modelo, y sus cinco hijos.