Rehenes económicos de Trump

MERCADOS

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El presidente norteamericano no firmará ninguna tregua comercial hasta las elecciones del 2020. Las guerras arancelarias no han servido para cumplir los objetivos del magnate

13 feb 2020 . Actualizado a las 12:02 h.

Caen gobiernos, se hunden imperios y algunas civilizaciones quedan reducidas a polvo y ruinas, pero nunca desaparece la necesidad de comerciar. A lo largo de la historia, la paz ha caminado de la mano del intercambio, motor de desarrollo de las economías más abiertas. Por el contrario, el aislamiento y el proteccionismo han cerrado insistentemente las puertas al progreso. No es ningún secreto. Lo saben también en Washington. El éxito cosechado por el Tío Sam en el siglo XX se debe en buena medida a su dominio arrollador en los mercados internacionales. Una hegemonía que hoy se disputa con China. El país asiático le está ganando la partida. La balanza comercial se inclina a favor de Pekín, que ha abierto una brecha de 379.000 millones de euros con su socio norteamericano. Una cifra que podría haber sido mayor de no haber tenido que lidiar desde mediados del 2018 con una ofensiva arancelaria que ha puesto a las economías globales contra las cuerdas. 

Objetivos incumplidos

Al otro lado del Atlántico, el presidente estadounidense, Donald Trump, hace cuentas. Se enfrenta a nuevas elecciones en el 2020 y lo hace consciente de que no ha logrado cumplir las promesas con las que aterrizó en la Casa Blanca. «El presidente prometió firmar mejores acuerdos comerciales, garantizar un trato más justo a las empresas estadounidenses y reducir el déficit de Estados Unidos. Ninguno de esos objetivos se han alcanzado», asegura a Bruegel el experto económico Uri Dadush. El America first es un leitmotiv caduco si se pone la lupa sobre las cifras. La realidad apunta a que la factura de las escabechinas arancelarias de Trump la han acabado pagando los ciudadanos. Según revela la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) en un informe, «los consumidores estadounidenses están soportando la parte más pesada de esta guerra porque los aranceles se han cargado sobre el peso de la venta», aseguran. Aunque la guerra comercial con China ha mermado en un 25 % las exportaciones del país asiático a Estados Unidos en los seis primeros meses del año y las pérdidas de cuota de mercado alcanzan un valor de 35.000 millones de euros, el 63 % del espacio que han dejado los chinos lo han ocupado otros países como Canadá o México. Trump sigue dispuesto a mantener abiertas las heridas si con ello se puede cobrar otra victoria política y permanecer cuatro años más en la Casa Blanca. Los problemas de desindustrialización y decadencia en los estados del «cinturón de acero» persisten, así que el magnate apuesta por volver a explotar el malestar y la falta de expectativas de futuro de sus trabajadores. El gatillo fácil de Trump no resolverá los problemas estructurales de sus cuentas, pero ya le funcionó como placebo para sectores poco competitivos como el agrícola. La estrategia de culpar a los enemigos de fuera, ya sea en el plano migratorio o comercial, seguirán siendo sus principales armas de batalla.  

Prisioneros

Lo confirmó el magnate esta misma semana al asegurar que no firmará ningún acuerdo con las autoridades chinas para poner fin a la contienda arancelaria hasta que no se hayan celebrado los comicios estadounidenses. La economía mundial seguirá siendo prisionera de las ambiciones de Trump un año más.

La campaña ya ha comenzado y, presumiblemente girará en torno sus dos asuntos predilectos: el muro con México y la política del palo y la zanahoria con el gigante asiático. Lo fue en la campaña que precedió a las últimas elecciones: «China no es ni un aliado ni un amigo. Quieren derrotarnos y poseer nuestro país», deslizó el 21 de septiembre del 2011, antes de endurecer el tono en los meses previos a la cita electoral del 2016: «No podemos seguir permitiendo que China viole nuestro país y eso es lo que están haciendo». Desde el punto de vista comercial, Washington mantiene a raya a China con una dura política arancelaria que hoy grava importaciones por valor de 502.000 millones de euros. Los equipamientos de comunicaciones, la maquinaria eléctrica y de oficina, coches, químicos, textil y otros productos manufacturados son los que se han visto más afectados por las tres rondas de alzas tarifarias. Hay otros cuatro frentes abiertos en la guerra por la hegemonía: la reforma de la Organización Mundial del Comercio (OMC), el control estratégico de las nuevas redes de telecomunicaciones, la enorme masa de deuda estadounidense en manos chinas y la manipulación del yuan perpetrada por Pekín para inyectar adrenalina a sus exportaciones.

 Enemigos europeos

Ambas potencias representan dos quintas partes del PIB mundial, por eso las capitales asisten con extrema preocupación a una batalla donde nadie es convidado de piedra. Según la OCDE, la incertidumbre vinculada a las disputas comerciales entre las dos economías ya está afectando negativamente al crecimiento y la inversión global. En el 2019 y el 2020 el PIB solo crecerá hasta el 1,7 % frente al 3,5 % registrado en el período del 2017-2018. Las cosas se pueden poner peor este año si Trump se ve acorralado por lo que él considera «enemigos» de su país. En el punto de mira está la Unión Europea. A pesar de frenar la incendiaria amenaza arancelaria del 25 % sobre los automóviles alemanes, no están a salvo todos los sectores. La disputa por los subsidios a Airbus acabó con los productores de vino gallegos pagando el pato de la agresiva negociación comercial de Trump. Desde el pasado 18 de octubre están en vigor aranceles por valor de 6.900 millones de euros sobre 1.400 productos agroalimentarios europeos. Y se acercan nuevos nubarrones. 

Con la soga al cuello

La última señal de que el magnate estadounidense podría apretar más la soga al cuello de los europeos llegó esta misma semana al amenazar a Francia con aranceles del 100 % a productos como el champán si sigue adelante con la tasa a las empresas digitales, una medida que afectaría mayoritariamente a los gigantes estadounidenses que monopolizan el mercado. No es una iniciativa de sello exclusivamente galo. El debate en la UE sigue abierto y otros socios como España le podrían seguir. Existe urgencia por reducir la dependencia del socio trasatlántico y desarrollar plena soberanía tecnológica, impulsar a gigantes europeos para seguir compitiendo en el futuro.

¿Qué hay detrás de este empeño de Trump en atacar a sus rivales, y otrora socios, europeos? Una cifra lo explica: 139.102 millones de euros. Es el superávit comercial que registran los Veintiocho en sus intercambios comerciales con Estados Unidos, su principal cliente. A pesar del saldo positivo, la incertidumbre que ha generado Trump en los mercados está pasando factura a las economías del euro. En primer lugar, por la contracción de la demanda exterior. Si China reorienta su economía hacia un mayor consumo interno, la industria europea sufrirá más de lo previsto. Por el momento, Bruselas ya ha revisado a la baja sus previsiones de crecimiento (1,1 %). Las potencias del euro coquetean con el estancamiento económico. Alemania escapó por los pelos de la recesión a finales de año, pero cualquier movimiento mínimo de Trump podría empujar a la eurozona al abismo.

La batalla en cifras

Déficit comercial. La balanza comercial entre Estados Unidos y China se inclina a favor de Pekín. El país norteamericano es incapaz de cerrar la enorme brecha comercial tras tres rondas arancelarias. Su déficit con el gigante asiático asciende a 379.000 millones de euros.

Bienes gravados. El valor total de los bienes chinos sujetos a aranceles al cruzar la frontera estadounidense asciende a 502.000 millones de euros. El volumen de exportaciones norteamericanas sometidas a aranceles chinos se sitúa en los 167.000 millones de euros.

Deuda en manos chinas. Pekín ha aprovechado el crecimiento estelar de las dos últimas décadas para comprar dólares y bonos estadounidenses hasta hacerse con el 17 % de la deuda que Estados Unidos tiene depositada en manos extranjeras. Asciende a más de un billón de euros, el equivalente al PIB que produce una economía como la española en un año.