España hace tiempo que no sabe qué hacer para evitar el enfriamiento económico. Así que ha puesto todas sus esperanzas en el crecimiento de la economía mundial. Si todos crecemos, nosotros también lo haremos. Bueno, la idea no es mala y tampoco incorrecta, pero para llegar a esta verdad no hay que tener un Ministerio de Economía. Algunos dirán que lo mismo le pasa a Alemania, el alumno aventajado de Europa. Y también tendrán razón, aunque se callen que en Berlín no ansían las mismas tasas de crecimiento que España. Ellos no tienen desempleo, nosotros sí.
Nunca ha sido tarea inteligente dejar al destino las riendas de tu país, esencialmente porque puedes convertirte en un buque al pairo. El mar te gobierna y eso, aunque no es grave en aguas tranquilas y seguras, es catástrofe segura ante costas duras y desafiantes. Miras a proa. Sientes el viento. Oyes las olas romper. Te sumerges en el pánico. Miedo. ¡Qué mal consejero! Y ese mismo miedo se está extendiendo por el mundo, impulsado por el coronavirus y una reconocida capacidad para vencerlo. El domingo pasado, ante el G20, el FMI hablaba de una ralentización de la economía china, situando su crecimiento al 5,6 % y de una reducción de una décima en el crecimiento mundial. El martes, mil turistas estaban en estado en cuarentena en Adeje, Tenerife, y comenzaban los primeros aislamientos en Barcelona. El norte de Italia vive paralizado, sus universidades, colegios, teatros, es decir, sus recintos públicos, están cerrados. Sus medios colectivos de comunicación están o cerrados o semivacíos.
Algunos economistas optimistas hablan de una crisis en V, es decir, una caída rápida acompañada de una inmediata recuperación. De hecho, esa es la imagen que parece tener Xi Jinping, que visualiza el impacto como relativamente grande en la economía, pero al instante lo matiza como de corto plazo y controlable. Quizás sea así para las industrias de los tangibles, el producto que no vendes hoy te lo comprarán mañana. Pero difícilmente vas a vender mañana la cama hotelera que estuvo ayer vacía, o a beber el vino que ayer no bebiste. Parece evidente que mientras la crisis estaba ubicada en la producción de bienes era una, y no menor, pero que, en el momento en que impacta directamente sobre las pautas de movilidad de los europeos, pasa a ser otra. En ese instante, golpea directamente sobre nuestra línea de flotación. Se ha cancelado la Mobile, se ha cancelado el carnaval de Venecia y, esta misma semana, Islas Mauricio impidió el desembarco automático de un avión procedente de Italia, poniendo en cuarentena a un grupo de setenta viajeros procedentes del Véneto y Lombardía. Una mirada al interior de China no rebaja las alarmas. La cadena Wyndham ha cerrado mil hoteles y los trescientos que tiene aún abiertos presentan una ocupación del 25 %. Difícil medir el impacto, aunque The Economist ya habla de perdidas mundiales de 80.000 millones.
Hace unas semanas, el cuadro macroeconómico, presentado por la ministra Nadia Calviño, nos decía que el crecimiento económico de 2021 descansaba en una mejoría de la economía mundial ¿Qué dirá hoy? Algunos dicen que el clima cálido del verano terminará con esta crisis, lo que se olvidan de decir es que el verano europeo vive de las reservas realizadas en primavera y esas fechas están ahí, a la vuelta de la esquina.
El futuro se complica, tanto, que puede que cada semana mate, en pesimismo, a la anterior. Y ahora, en este entorno, sin viento de popa internacional y con un frío helado entrando por proa, veremos lo que muchos no querían ver, la debilidad del casco de nuestro barco. Y usted y yo, ¿qué haremos? Tener a mano el chaleco salvavidas. Moderar nuestro consumo e incrementar nuestro ahorro. Ya gastaremos más tarde, la semana que viene.