La fórmula de un Nobel para ahorrar

Sara Cabrero
Sara Cabrero REDACCIÓN / LA VOZ

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Una reputada teoría defiende que los ciudadanos toman decisiones económicas basándose en aspectos subjetivos. La mayoría no guarda dinero porque prefieren satisfacciones inmediatas

27 abr 2020 . Actualizado a las 00:26 h.

Detrás de la economía hay mucho más que números y fórmulas. Sobre todo cuando de lo que hablamos es de la economía personal. En esto de llegar a fin de mes o de conseguir ahorrar algo de dinero entra en juego en gran medida la psicología. Porque a la hora de tomar una decisión que afecte al bolsillo no solo nos afectan las informaciones objetivas, sino que también influyen (y mucho) otros aspectos más irracionales. Eso es lo que lleva varios años defendiendo el economista estadounidense Richard H. Thaler, que hace ya un tiempo puso sobre la mesa la necesidad de estudiar lo que ha bautizado como economía conductual o del comportamiento.

Sus pesquisas, que le permitieron erigirse con el Nobel de Economía, se basan en valorar la importancia que tiene la psicología a la hora de tomar decisiones individuales que afectan a la cartera.

La economía conductual -que bebe de ramas como la investigación científica, la sociología o la neurociencia- trata de explicar por qué los consumidores toman determinadas decisiones con su dinero. Y lo que Thaler demostró es que, en contra de lo que muchos creían, estos no siempre administran sus recursos de forma racional.

Uno de los capítulos que forman parte del estudio de este experto es la teoría de la contabilidad mental, que describe cómo organizamos y formulamos decisiones económicas creando cuentas diferentes y apartadas en la mente y determinando qué hacer con ellas según el efecto que tengan en nuestro día a día. De esta forma, nuestras resoluciones se basan en departamentos estanco y no sobre los activos totales. Un buen ejemplo para entenderlo es el hábito que tenemos de dividir el presupuesto familiar en distintos apartados (gastos, vacaciones, regalos... etc.). La teoría de Thaler tiene un sinfín de puntos completamente diferentes que analizan toda clase de comportamientos que tienen los ciudadanos. Entre los más interesantes están los que afectan al ahorro. Porque, en este sentido, este Nobel tiene mucho que enseñar a los ciudadanos de a pie.

Uno de los grandes enemigos del ahorro, dice, es la heurística. ¿Y esto qué es? Pues básicamente dejarse llevar por la corriente. Dice Thaler que esto se produce cuando, entre un sinfín de opciones para invertir nuestro dinero, los usuarios se dejan llevar y compran lo mismo que sus allegados, jugando sobre seguro y sin haber analizado todas las posibilidades que tenían.

Tampoco ayuda a gastar menos dinero el rechazo a la innovación. Muchos usuarios no cambian de marca o compañía (por ejemplo, de proveedor de telefonía) por miedo al fracaso y porque estudiar las opciones que hay en el mercado supone un esfuerzo extra. En definitiva, dice Thaler, la comodidad también cuesta dinero.

Y lo que más hace sufrir al bolsillo es no saber ver los beneficios que puede tener una decisión a largo plazo. La economía personal sufre cuando solo nos quedamos con el placer inmediato. Nuestro cerebro es procastinador. Y es que los consumidores basan sus decisiones en motivos irracionales, se dejan influenciar por aspectos personales y subjetivos y, al final, lo que buscan es aumentar la utilidad de su bolsillo con recompensas a corto plazo, satisfacciones casi inmediatas y elecciones muy simples. Las decisiones más incómodas (como el ahorro para la jubilación) se suelen posponer una y otra vez. La retirada del mundo laboral es una etapa que la mayoría ve con lejanía y, por tanto, se tiende a pensar que ya habrá tiempo para acumular el dinero necesario para vivirla con tranquilidad. El sesgo del presente, dice Thaler, nos lleva a optar primero por vivir el hoy y no preocuparse por el mañana. Somos incapaces de ser disciplinados y convertir el ahorro en un recibo más al mes. Si un individuo recibe de repente 500 euros en su cuenta corriente lo más probable es que se los gaste inmediatamente en algo que le reporte deleite en ese momento, en vez de ahorrarlos o invertirlos para posponer en el tiempo esa satisfacción, incluso sabiendo que esta puede ser mucho mayor.

Un empujón

Y para luchar contra esto, ¿qué dice Thaler que debemos hacer? Pues recibir un pequeño «empujón». Y para que eso pase el economista anima a que el Estado ejerza un «paternalismo libertario» y que ayude a sus conciudadanos a actuar con más conocimiento y a reducir sus «sesgos cognitivos». Un ejemplo sencillo para entenderlo: un empujón sería colocar la comida saludable en el estante del supermercado que queda a la altura de la vista de los clientes. Al ser más fácil acceder a ella, muchos optan por meter estos alimentos en el carrito. En el ahorro debe suceder algo parecido. Administradores, empresas y otras autoridades tienen la responsabilidad de establecer políticas y estrategias que permitan a los individuos tomar decisiones correctas. Eso sí, deben hacerlo «sin hacer interferencias en su libertad para elegir de manera racional».