En un mundo acelerado, de pronto nos alcanza 2020…y todo se para. Gran Parada, sí, pero también -una notable paradoja- un año de cambio y, probablemente, de aceleración de tendencias que ya desde hace tiempo se estaban gestando. No vamos a insistir aquí en la retahíla de desgracias que la pandemia ha traído consigo. Mejor, hagamos un repaso de lo que ha tenido de bueno. Pero, ¿en 2020 ha habido algo que debamos celebrar? Pues sí, varias cosas de cierta importancia, entre las que cabe destacar dos. En primer lugar, la vacuna: los procesos científicos e industriales tienen muy pocos precedentes -si puede encontrarse alguno - en cuanto a rapidez de los resultados. Es verdad que ahora la percepción de un grave peligro para el sistema económico ha servido de acicate (lo que no ocurrió ante algunas pandemias anteriores). No hay duda, en todo caso, de que la ciencia y la industria farmacéutica han estado a la altura del gran reto que afrontaban. La segunda gran noticia ha sido Europa, que este año ha dado un gran paso adelante. La deuda común es un hito y los grandes programas de inversión anuncian una transformación importante de la economía y la sociedad europeas. Tienen, además, un sentido estratégico claramente definido, en línea con dos necesidades ineludibles: la digitalización masiva y la adaptación medioambiental. Quizá dentro de algún tiempo 2020 será considerado el año en que, pandemia y sufrimiento mediante, la UE inventó su futuro.
Pero hay otro rasgo fundamental, destacable por sí mismo pero que, además, está en el corazón de los dos anteriores: el retorno del Estado como actor económico central. No se trata de un cambio diametral, pues la presencia pública en la economía era ya poderosa, pero la crisis sanitaria y los 20 billones de euros dispuestos por los gobiernos para hacerle frente han hecho que desaparecieran casi completamente y acaso por bastante tiempo las cantinelas del «mercado, mercado y mercado». Respecto a la vacuna, es importante destacar que la financiación pública ha sido absolutamente mayoritaria en los casos de Oxford-AstraZeneca, Novavax, Curevac, Jonhson&Jonhson, Moderna y Pfizer/BioNTech. El argumento del Estado emprendedor se ha visto completamente refrendado. Y en lo que hace a los programas europeos, la inyección de 750.000 millones de euros en programas de renovación productiva otorga a las políticas industriales, entendidas en un sentido amplio, una dimensión nueva y un potencial transformador de primer orden. Si en la historia del capitalismo han alternado las fases de predominio del laissez faire con las de la mano visible de los Estados, todo indica que ahora vamos hacia un claro vuelco a favor de la segunda opción.