No hará falta insistir mucho en que 2020 ha sido el año de las grandes sorpresas. Una de las mayores -y que envuelve además una notable paradoja- fue que, China, un país que comenzó el año con pronósticos muy sombríos -hasta el punto de que no pocos pensaron que el increíble viaje de los éxitos del país tocaba a su final-, sea a la postre el triunfador absoluto. Recuérdese que allá por el que parece lejanísimo mes de febrero, en aquellas tierras estaba localizada la pandemia; las protestas se multiplicaban en Hong Kong, creando al régimen un problema político de primer orden, agravado por la posición cada vez más beligerante de Taiwán, apoyada desde Occidente; los grandes acuerdos comerciales previstos estaban estancados; y sus poderosas empresas tecnológicas se veían acosadas en Estados Unidos y Europa, amenazando su posición global de clara ventaja en el desarrollo de infraestructuras tan importantes como el 5G. No pintaba bien la cosa para el país asiático.
Y sin embargo, un año después se observa una realidad muy diferente. No se trata, obviamente, de que China no haya sufrido los efectos de la crisis sanitaria y económica. Sí los experimentó, desde luego, pero en lo que respecta al covid-19 sus estadísticas no admiten comparación con las de casi todo el resto del mundo (menos de 5.000 fallecidos a día de hoy). Claro que cabe la sospecha de una manipulación de las cifras y, sobre todo, que de tratarse efectivamente de un triunfo, se habría llegado a él con métodos poco recomendables. Cierto, pero parece indudable que ya hace muchos meses que no hay allí un problema de infección lejanamente comparable al de nuestros países.
Por lo que respecta a la economía, según el FMI y otros organismos internacionales, China es el único país importante que habrá crecido en 2020 (en torno a un 1,9 %); nada que ver con el 6,1 % de 2019, pero de cara al año próximo de nuevo su tasa de expansión se perfila como una de las mayores del mundo (8,2 %). Pero sin duda, el mayor éxito económico y político del gobierno chino en este tiempo ha sido la firma de dos importantes acuerdos económicos internacionales, que muestran que ha sabido explotar la gran oportunidad que le ofrecieron las patologías aislacionistas de Trump. El primero de ellos, de carácter comercial y referido al área del Pacífico, permite a China afirmarse como socio comercial de referencia y fiable para otros 14 países (en un arco que va de Japón a Australia). El otro es el reciente gran acuerdo de inversiones con la UE, favorecido por el compromiso chino de adelantar la descarbonización a 2050. Este importante tratado entre dos de las tres grandes potencias económicas del mundo, probablemente marque las posibilidades de encontrar soluciones cooperativas para la economía internacional en los próximos años o lustros.
En mi opinión, este hecho, que claramente ha cogido a contrapié a la Administración norteamericana y que limita las opciones de Biden en su redefinición de la política frente a China, marcará la reordenación que está teniendo lugar en lo que conocemos por globalización. Por lo demás, pocos habrán disfrutado tanto ante las imágenes del asalto al Capitolio de Washington como el presidente Xi Jinping. La mezcla de shock democrático y esperpento que allí se dio es exactamente lo que China necesita para afianzar su posición geopolítica, despreciando a quienes critican su despotismo. Despótica, pero eficaz gestión, proclaman los chinos ante el mundo. De ahí acaso algunos extraerán la lección de que hay que ir por el mismo camino. En ese supuesto, será uno de los peores legados que nos habrá dejado 2020.