El presidente de la Fundación Loewe logró devolver la propiedad a la familia con un grupo de inversores extranjeros
15 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.Es más que la historia de una marca, la única que se enmarca entre las grandes del lujo que nació y se crio en España y que este año cumple su 175 aniversario desde que un artesano alemán, Enrique Loewe Roessberg, se trasladase a Madrid en busca de las mejores artesanías locales para fundar su primer taller de marroquinería. Pero también es la historia de una saga, de una dinastía capaz de lo mejor y de lo peor, repleta de brillantez, también de aristas y traiciones. Encumbrada hasta lo más alto por méritos propios como proveedor oficial de la Casa Real, otorgado por el rey Alfonso XIII en 1905, la firma cayó en el entramado empresarial que a finales de los años 70 del siglo pasado gestaba José María Ruiz Mateos con Rumasa por las diferencias entre los hermanos Enrique y Germán Loewe -el primero en Madrid (y luego en Londres) y el segundo en Barcelona-. La familia fue capaz de recomponerse. El Estado compró Loewe en el paquete de la sonada nacionalización del grupo de la abeja y fue en la reprivatización cuando el hoy presidente de la Fundación, Enrique Loewe Lynch, logró devolver la propiedad a la familia con un grupo de inversores extranjeros.
Ya nunca sería igual. La emblemática firma de moda por la que transitaron diseñadores del más alto nivel como Lagerfeld o Armani no sobrevivió a las fobias entre padre e hijo, tercera y cuarta generación Loewe. Hace falta un rápido resumen para entender los entresijos de la saga. Al fundador le sucede el segundo Enrique. Los dos vástagos de su hermana Julia, Enrique y Germán protagonizan una de las épocas más esplendorosas hasta que se distancian. Uno en Madrid y otra en Barcelona. Cuando el padre del hoy presidente de la Fundación Loewe se instala en Londres por razones profesionales y personales, su hijo Enrique (sería ya el 4º), amante de la letras y la cultura aunque titulado en Ciencias Económicas, toma las riendas de la compañía en Madrid a petición de los directivos que se sentían abandonados por su jefe. Eran los años 60. El joven Loewe Lynch se dejó persuadir por el talento de su equipo hasta llegar a competir con su padre: «A Lagerfeld lo trajo mi padre a Loewe en los sesenta, pero a Armani en los setenta lo traje yo». Y fue precisamente esa competencia la que arrastró a los lodos a la familia.
Aunque el signo de distinción de la compañía lo marcaron sus bolsos, el gigante LVMH entró en la firma para la comercialización y distribución del prêt-à-porter y los perfumes que precisamente desarrolló el equipo de Loewe Lynch. Vino la participación de Rumasa, la intervención del Estado y la reprivatización. Pero la estocada definitiva la provocó el patriarca Loewe que entró a competir con su hijo hasta enfrentarse con él en el registro de la propiedad. Largas y difíciles negociaciones con el equipo de Louis Vuitton, acabaron con el grupo Loewe vendido al emporio francés a finales de los 90.
Aún así padre e hijo se han dejado fotografiar juntos con motivo del 100 aniversario del primero, que fallecería en el 2016 a los 103 años de edad. Pero la espina de Loewe Lynch, hoy con 80 años, siempre ha sido la falta de reconocimiento de su padre y el que nunca hayan podido llevar juntos a lo más alto a la firma de su mismo apellido.
Como hombre de letras que siempre se ha considerado, el octogenario L. Lynch no se quedaría de manos cruzadas tras la pérdida familiar del grupo Loewe. Fue su presidente de honor tras la venta. Y antes se aseguró de que la firma avalase la Fundación Loewe que él mismo creo en 1988. Símbolo de cultura y de las artes en todas sus manifestaciones -especialmente la poesía?, merecedor de la medalla de las Bellas Artes, el último Enrique de la saga deja ahora el testigo a su hija Sheila Loewe Boente. Toma el relevo generacional -el quinto- al frente de la fundación, eso sí bajo el paraguas protector de la compañía, Loewe.