La pista de baile llena. Todos, en ella, esperando escuchar las eternas canciones de siempre y, de modo repentino, todo cambia. La música es distinta, desconocida. Los más despiertos creen adaptarse, la mayoría altera ligeramente su compás. Piensan que nadie observará sus torpezas. Pero sí, pronto se adivina quién se adapta y quién no. Es el ritmo el que hace de imparcial juez darwinista ¿Lo soporta? Se queda. El que no, a sentarse y con suerte tendrá una silla cerca de la pista, por si se siente con fuerzas para volver. Muchos lo harán, otros buscarán nuevos tugurios, donde crean que nada ha cambiado, y, al principio, solo al principio, los irán encontrando. Pasado un tiempo comprobarán que nada queda del pasado.
Así veo el mundo, sentado en mi terraza, mirando la quietud aparente de la ría de Arousa y, cuando no, leyendo que Correos creará criptoactivos, o que el Paris Sant Germain le pagará a Messi una parte de su sueldo en una criptomoneda creada por ellos mismos. Al cerrar los ojos creo que soy uno de los despiertos que se está adaptando, pero también sé que soy de los que no puede dedicar al sueño ni una hora de más. La velocidad del mundo no me lo permite. Y ¿a usted?
La música cambia, estaremos todos de acuerdo, pero ¿quién está eligiendo la música? Esencialmente la estrategia de lucha contra el cambio climático y el covid. La lucha contra el primero creó la partitura y la crisis sanitaria alteró la cadencia, acelerándola, e introduciendo notas nuevas.
Hoy, tenemos un gobierno incapaz de proporcionar energía barata a su país; con un mercado de trabajo que tiene, por un lado, bolsas estructurales de desempleo y, por otro, nichos de pleno empleo, lo cual no es extraño si no fuera porque es incapaz de generar puentes de plata entre uno y otro. Un sector industrial que desea crecer y, por primera vez, carece tanto de materias básicas de producción como de trabajadores cualificados. Un sistema sanitario que, a pesar de pertenecer a uno de los países con mayor deuda pública de Europa, carece de médicos y de enfermeras. Y si la pista de baile no fuera suficientemente concurrida aparece la inflación, con su agresividad natural, expulsando, como siempre, a los más débiles ¿Le parece poco? Pues, espere a la nueva imposición indirecta, como el pago por uso de autovías. Esa sí que va a echar de la pista a los que estén flojos de oxígeno. Por el camino, cuando acuda a refrescarse, averiguará que ya no ha de preocupase por si le ponen garrafón. Su meta será calcular, en el tránsito desde la pista a la barra, cuál es su huella de carbono.
Decía esta semana Gonzalo Caballero, cuando se reunió con el presidente Laxe, que había que hacer un gran acuerdo de país. Acto seguido criticó a aquel con quien tendría que hacer el acuerdo. Podría haber esperado un día, digo yo. Aunque es evidente que Galicia necesita de un diálogo que aporte luz y nos diga en qué parte de la pista nos hemos situado, hay algo que necesita todavía más, un interlocutor con Madrid. Hasta ahora ese papel lo ejerce en exclusividad el presidente Feijoo, pero no pasaría nada porque alguien más cercano también hablase con el disc-jockey. La Xunta, en muchos casos, es un mero ejecutor de políticas diseñadas por el gobierno central. Por tanto, es necesario que la sociedad empresarial gallega, sea escuchada también por el gobierno de la nación. Caballero, y el PSdeG, podrían jugar ese papel. Espero que él lo desee, y Sánchez también.