La era post Merkel y nosotros

MERCADOS

Merkel, alimentando a loros arcoíris en un parque de aves en Marlow (Alemania)
Merkel, alimentando a loros arcoíris en un parque de aves en Marlow (Alemania)

03 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Habrá que dejar que pase un tiempo para valorar en profundidad la figura de la canciller Merkel y el legado que deja en su país y en el conjunto de Europa. No hay duda, en todo caso, sobre dos cosas: se trata de un personaje político de dimensión histórica, de esos que marcan una época, y al recordarla aparecerán rasgos muy positivos, pero también una cara oscura.

Comenzando por esta última, si hay una actuación que probablemente la historia reproche a Angela Merkel es su liderazgo -o en realidad, la ausencia de él, como ha explicado Hans Kundnami, en su libro La paradoja del poder alemán- durante los momentos más difíciles del proyecto europeo, los que se vieron durante la Gran Recesión. Fueron esos los años en los que el nein, nein, nein alemán resonaba ante cualquier propuesta de afrontar la crisis de deuda soberana con un mínimo criterio de solidaridad. La traslación de los viejos principios ordoliberales de aquel país al ámbito comunitario, tocando la única canción de la «austeridad expansiva», se percibe hoy como un exceso de dogmatismo que dejó un lastre de problemas para el continente en su conjunto.

Sin embargo, por eso mismo, es importante destacar también que la actitud de la canciller fue muy diferente ante el gran golpe sufrido en los dos últimos años. Y aquí se levanta lo que acaso más hará crecer en el futuro el aprecio por su figura (junto con, ya en el plano interno, su defensa estricta del juego democrático, negándose a cualquier transacción con la extrema derecha, y la nobleza y altura de miras con la que hizo frente a la crisis de los refugiados). Sin la aprobación de Merkel no habría habido, obviamente, fondos NextGen y todo lo que pueden traer consigo para la economía europea, en un sentido de transformación genuina. Unos fondos financiados ?algo absolutamente inédito- con deuda mancomunada. Claro que puede alegarse que a la cabeza del Ministerio de Finanzas ya no estaba el antiguo guardián de las esencias, Wolfgang Schaüble, sino el socialdemócrata Olaf Scholz, ahora ganador de las elecciones.

Y a nosotros, ciudadanos españoles y europeos, ¿qué nos importa lo que ocurra en Alemania en este momento final de la era Merkel? Nos importa mucho, según se deduce de todo lo dicho. Dejando ahora al margen el factor ideológico -es decir, la influencia que puede tener por aquí el retorno hasta cierto punto triunfante de las ideas redistributivas y a favor de los ciudadanos, ahora teñidas de verde-, la continuidad de los proyectos de inversión es fundamental para un país como España. Como lo es que se mantenga por un tiempo (más allá de 2022) la relajación de los controles sobre las cuentas públicas. Porque es tan evidente que en algún momento habrá que volver la estabilidad y el rigor presupuestario, como que hacerlo demasiado pronto sería repetir el grave error de hace una década.

El gran debate europeo de los próximos meses girará en torno a la definición de nuevas reglas fiscales para la eurozona, introduciendo una vía para su flexibilización. Una cuestión en la que España se jugará mucho, y en la que, de nuevo, el gobierno alemán tendrá, nos guste o no, la última palabra. Pues bien, aunque se confirme que Scholz es el nuevo canciller, habrá que estar muy atentos a la conformación de su gobierno, que será necesariamente de coalición. Y es que una fuerza imprescindible para ese propósito será el Partido Liberal (FDP), cuyo líder, Christian Lindner se muestra hoy como el mayor enemigo de cualquier fórmula de solidaridad paneuropea. Ojo, porque si en las duras negociaciones que vienen este dirigente se hiciera con el Ministerio de Finanzas, tendríamos un serio problema.