La comida, el refugio para especular

MERCADOS

THOMAS PETER | REUTERS

La inflación, el fin del dinero barato, el cambio climático y la guerra empujan a inversores a sacar partido apostando por las materias primas. El oro ha caído un 4,4 % desde su pico de marzo

20 jun 2022 . Actualizado a las 09:18 h.

Vladimir se toma un descanso antes de volver a arar el campo que trabaja a las afueras de la ciudad ucraniana de Yakovlivka. La imagen fue tomada el pasado día 5 de abril. Decenas de plantaciones fueron arrasadas desde entonces por el ejército ruso y en ese lapso de tiempo, las cotizaciones del trigo y el maíz en Chicago subieron casi un 7 y un 5 %, respectivamente. Desde el inicio de la guerra, el precio de los futuros de estas materias primas han escalado un 23,3 % y un 15 % y en lo que va de año se han disparado un 40 y un 33 %, empujando el precio de los alimentos mundiales a niveles que no se veían desde hace 60 años, según las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). También en España, donde la harina y otros cereales son un 25,5 % más caros que hace un año. El pan se ha encarecido un 12,6 % y la pasta casi un 28 %, según el Instituto Nacional de Estadística (INE).

Los cuellos de botella en el transporte internacional, las sequías y cosechas pobres de los últimos dos años, la guerra — casi un tercio del trigo y la cebada mundial los exportan Rusia y Ucrania— y las expectativas de una mayor escasez en el futuro por los estragos del cambio climático están moviendo enormes flujos de dinero acumulados en estos años de dinero barato desde las empresas tecnológicas y las criptomonedas, a las que el viento les sopla de cara en época de vacas gordas, hacia el negocio de la comida.

El pistoletazo de salida lo ha dado la inflación. Cuando la cesta de la compra en todo el mundo crece hasta umbrales que recuerdan a los prolegómenos de grandes crisis, inversores y especuladores huyen en estampida hacia activos más seguros, en previsión de que no seguirá habiendo tanta liquidez en el mercado para seguir apostando sin remordimiento. Para que el dinero no pierda valor, ni se vea atrapado en burbujas que acaban en pérdidas, como se está viendo con el bitcóin y otros criptoactivos, el capital se está moviendo hacia dos alternativas tradicionales: el oro y los bonos soberanos, a los que ahora se suman los alimentos.

No obstante, algo parece que ha cambiado porque, desde que el metal amarillo alcanzó su pico histórico de cotización en pleno apogeo bélico el pasado 8 de marzo (1.835 euros la onza), su valor ha caído un 4,4 %, a pesar del anuncio de los bancos centrales de que subirán los tipos de interés, anticipando menos liquidez en el mercado para hacer apuestas arriesgadas. El oro compite con los bonos soberanos, cuya rentabilidad ha escalado en el caso de países como España con el anuncio de la retirada gradual de las compras del Banco Central Europeo (BCE). El pasado martes el Tesoro español ya estaba ofreciendo un interés del 3,1 % por tomar prestado dinero a 10 años.

Pero donde se está notando más el apetito de inversores y especuladores es en el mercado de las materias primas, que no deja que medrar. JPMorgan calculó el abril que los precios podrían crecer un 40 % adicional hasta final de año, según recoge DW. ¿Por qué? Los compradores necesitan hacer acopio para garantizar a los negocios que podrán contar con los insumos que necesitan para producir alimentos. Y cuando existe alta demanda y una oferta restringida sometida a mucha incertidumbre por las condiciones climáticas, la situación es propicia para que aparezcan los oportunistas rebotados de otros mercados, que buscan la oportunidad de sacar tajada con la comida, desde el trigo y el maíz al arroz o la soja. También es una oportunidad para los inversores. Algunos estudios apuntan que los metales y la agricultura generarán importantes beneficios en los próximos años, a medida que se amplíe el desequilibrio entre oferta y demanda.

Los precios están tan desbocados —también por las restricciones a la exportación que han impuesto muchos países en los últimos dos años—, que algunos Gobiernos han empezado a tomar medidas desesperadas. El Ejecutivo paquistaní, por ejemplo, ha llamado esta semana a los ciudadanos a reducir la ingesta de té en una o dos tazas al día. Se están quedando sin divisas para importar alimentos. «Tomamos prestado dinero para importarlo. Toda la nación debe involucrarse en esta misión hasta ser autosuficientes», clamó su ministro de Planificación y Desarrollo, Ahsan Iqbal.

El lastre energético

Hay otro motivo de gran peso por el que los inversores creen que incluso podría ser apetecible invertir en compañías cotizadas de alimentos y bebidas (compra de acciones defensivas): han empezado a apostar a que los precios seguirán altos porque la crisis energética no se resolverá a corto plazo. Y, ¿eso qué tiene que ver con la comida? No hay explotación agrícola o ganadera que funcione sin fertilizantes —su producción consume mucha energía—, piensos y electricidad. Esos sobrecostes los seguirán trasladando a los lineales. Si se cristaliza una nueva crisis y la demanda se contrae, tampoco hay garantías de que el precio de los alimentos se pueda moderar. En ese escenario, es probable que muchos de esos negocios no puedan soportar los costes y se vean abocados al cierre, restringiendo todavía más la oferta.

Por el momento, no se ha podido desanudar ninguno de los problemas que se ciernen sobre los alimentos, amenazando con una crisis alimentaria de gran calibre en países en desarrollo y altamente endeudados, aunque este mes ya recalaron dos buques con maíz ucraniano en Galicia, señal de que podrían estar recuperando cierto control sobre la gran «despensa de Europa».