Llevamos meses espantados por el alza generalizada de los precios, y el último dato nos pone los pelos de punta. Los daños de una inflación disparada son conocidos: pérdida de poder adquisitivo de los salarios y las pensiones, riesgo de ruina para miles de empresas, especialmente las que dependen de los combustibles, como las del transporte, la industria pesada, la pesca y la agricultura; aumento de peso de las deudas, tanto públicas como privadas; reducción de la demanda interna, que tanto tira de la economía española; pérdida de atractivo para el turismo barato, y muchos más daños que comprobamos a diario en nuestros bolsillos.
Pero hasta en esta desgracia se pueden ver ventajas, si nos empeñamos en ser optimistas. Aunque sea lentamente, los salarios se irán adaptando a los nuevos costes del consumo, y entonces podremos hacer más turismo en países que no se hayan encarecido tanto; o sea, como ir a París y comer en un restaurante en vez de en un banco a la puerta de un supermercado. Con la subida de tipos de interés, los bancos podrán volver a manejar márgenes de intermediación y aflojarán el castigo al que ahora someten a sus clientes a base de comisiones disparatadas, así estos serán un poco más felices. El coste de la gasolina conseguirá que mucha más gente se anime a dejar el coche aparcado para ir al centro de su ciudad, o de su pueblo, a 500 metros de casa, con lo que ganarán en salud y aliviarán la contaminación atmosférica. También se potenciará el uso del vehículo compartido, lo que incrementará las relaciones sociales, rebajará el miedo al prójimo que tanto explota la extrema derecha y hasta puede que mejore la confianza en los demás, un factor imprescindible para la buena marcha de la economía. Dejaremos de lado el despilfarro e iremos comprobando que cada vez hay más pequeñas empresas que producen bienes de calidad ajenos a la decepcionante obsolescencia programada del consumo de masas. Y si, por desgracia, la inflación desbocada no nos deja ver ni una sola ventaja, pensemos por fin que no hay mal que cien años dure, y que algunos cuerpos los aguantan.