
La búsqueda de paliativos al incremento de la inflación en las últimas semanas está generando ideas variopintas, algunas insospechadas, como la de poner tope a los precios de los alimentos básicos. La propuesta tiene su peligro y sus dificultades. El peligro es que ahora mismo ya hay muchos productores del sector primario que están vendiendo a las distribuidoras a precios que no cubren los gastos de producción, por culpa de insumos importados (abonos, piensos, combustibles). Bastantes de estos agricultores y ganaderos (y pescadores) siguen trabajando, a la espera de que la situación mejore, pero basta con ver las estadísticas de cierres de sociedades para comprobar que otros han tenido que abandonar. Si se pone tope al precio de venta, será aún peor.
Las dificultades para implantar remedios de este tipo son las propias de la libertad de mercado y de elección política. Pueden ponerse en vigor en regímenes autoritarios, pero en democracias imponerse por decreto suele acabar en el cambio del equipo gobernante por otro que ofrezca opciones diferentes. En Cuba, los alimentos básicos se adquieren mediante cupones y son muy baratos, pero quienes los producen trabajan por amor a la patria, o por miedo a la cárcel, o para el mercado paralelo en el que se abastecen los privilegiados y los hoteles para extranjeros, que estos pagan en dólares e infinitamente más que el Estado. En Venezuela el Gobierno topó los precios e incluso creó la red de supermercados estatales, pero el resultado al cabo de los años ha sido el hundimiento de la industria nacional, privada de incentivos.
Las soluciones, aquí, se buscan de forma más individualizada. Cada vez hay más huertos urbanos, una forma de llevar el cultivo de autoabastecimiento a las ciudades. Y florece el consumo de proximidad, especialmente en Galicia, donde el entorno urbano está interpenetrado por el agro; aunque los precios pagados directamente al productor no sean muy inferiores a los del súper, al menos el dinero no se lo llevan los intermediarios ni el transporte. ¿Veremos en adelante más gallinas y menos perros en los jardines de las urbanizaciones? Quién sabe.