La metáfora del «Monopoly»

ÁLVARO GALIÑANES

MERCADOS

23 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Creo que es francamente difícil encontrar a alguien que no haya jugado alguna vez en su vida al Monopoly. Por si acaso, recordemos que se trata de un juego de mesa de temática económica, donde los jugadores provistos de una cierta cantidad de dinero al comienzo de la partida, se mueven por un tablero que representa una ciudad, comprando e intercambiando propiedades, y construyendo casas y hoteles. Cuando un jugador cae en cualquier propiedad de otro jugador, paga al propietario una cantidad que aumenta exponencialmente en función del número de casas y hoteles construidos. Cada vez que pasamos por la casilla de salida, los participantes reciben dinero y, además de calles, se pueden comprar acciones de empresas como la compañía de aguas o la de electricidad y de ferrocarriles (en forma de estaciones de tren). Además, uno puede terminar en la cárcel si cae en la casilla equivocada o sufrir alguna de las penalizaciones del mazo de cartas de la Caja de comunidad o los beneficios del mazo de Suerte. La historia del Monopoly se remonta a principios del siglo pasado y lo que conocemos hoy en día es en realidad una adaptación de 1935 de un juego anterior llamado The Landlord’s Game. En España muchos recordarán que castellanizamos una versión llamada El Palé, anunciado como «juego de sociedad» y con un eslogan que rezaba algo así como «compra propiedades con el fin de proporcionarte la mayor cantidad posible de dinero para llevar a los demás jugadores a la bancarrota y quedar como el dueño absoluto de todo lo que ves…».

Hoy en día yo creo que hay pocos hogares que no tengan un Monopoly guardado en el armario y forma parte de la cultura de más de cien países, traducido a casi cuarenta idiomas y adaptado a cientos de ciudades diferentes. Tiene casi 1.600 versiones distintas que sustituyen las tradicionales calles por pasajes de alguna película, serie de dibujos animados o cualquier saga de ficción que quieran imaginar.

Como no podía ser de otra manera, desde hace unos cinco años hasta Galicia cuenta con su propia versión en galego y castellano, donde las calles se sustituyen por lugares emblemáticos como la Catedral de Santiago, la Torre de Hércules, la playa de As Catedrais o mis muy queridas Illas Cíes.

Aunque en la actualidad existe una larga ristra de nuevos juegos de mesa que servirían para representar de alguna manera la economía, ninguno como el Monopoly por su simplicidad de reglas. Concretamente, me sirve para hablar de uno de los temas que más nos preocupa y debe preocuparnos: la inflación.

Déjenme que me explique. La cantidad de dinero de la banca en el juego es en la actualidad de 20.580 dólares (euros, libras, francos, pesos… dependiendo del país que represente) y a cada jugador se le reparten inicialmente 1.500 dólares en billetes, que van desde los de quinientos hasta los de un dólar. La cantidad no es arbitraria, sino que está en equilibrio con la cantidad de edificaciones, que son 32 casas y 12 hoteles y con la suma de los precios de todas las propiedades. Es decir, Monopoly representa una economía que cuenta con una base monetaria en equilibrio con la cantidad de activos reales.

Conforme se desarrolla la partida, los jugadores realizan transacciones que comportan pagos a la banca cuando compran propiedades o cuando caen en la casilla que pertenece a algún otro jugador, y cobros por pasar o por el alquiler de sus propiedades; perciben también los 200 dólares cuando pasan por la casilla de salida. En el juego, los precios de los activos, en principio, son fijos y cuando tras tirar los dos dados uno cae en una calle cualquiera, si no tiene dueño y la quiere adquirir, paga su precio, y si no, sale a subasta estableciéndose turnos para pujar por la propiedad.

Queda claro que cuantas más rondas pasen y los jugadores vayan acumulando riqueza, los precios de los activos pueden ir aumentando porque con más dinero en el bolsillo más podemos pagar por los bienes en la subasta. Además, si las cosas nos van mal, y andamos cortos de liquidez, podemos hipotecar una propiedad, recibiendo dinero a cambio y pagando una tasa del 10 % para recuperar la titularidad de la calle, lo que nos permite ponerla en juego de nuevo.

Como decía antes, en el juego todo tiene un equilibrio en términos de cantidad de dinero y valor de los activos. Pero imaginen por un momento que el jugador que hace de tesorero pudiera arbitrariamente cambiar algunas reglas. Por ejemplo, si subiera o bajara el tipo al que nos podemos endeudar, está claro que nuestra capacidad financiera se verá acrecentada o reducida en la medida en la que baje o suba el coste de la financiación. Imaginen, además, que nuestro tesorero tuviera otra caja del mismo juego y decidiera tomar prestados los billetes y sumarlos al stock de dinero de nuestra partida. Por seguir haciendo cambios en las reglas, digamos que el poseedor de las estaciones de tren o de las compañías de agua o electricidad tuviera la capacidad de cambiar el precio que hay que pagar por caer en alguna de sus propiedades. O que asignáramos un rol nuevo a alguno de los jugadores, que fuera por ejemplo el encargado de recaudar el dinero que tenemos que pagar cuando caemos en la caja de comunidad y tuviera la capacidad de subir y bajar las tasas o pudiera cambiar la cantidad de dinero que cobramos cuando pasamos por la casilla de salida.

Esto se va pareciendo ya un poco más a lo que es una economía, ¿verdad?. En esta nueva versión del Monopoly, no podríamos controlar ni el coste de las materias primas (en forma de compañías de agua y luz), ni el de los impuestos o los salarios (en forma de la casilla de salida); pero para que el juego siga y ninguno de los jugadores tenga que abandonar la partida (que no haya recesión), el tesorero puede mover el precio del dinero y aumentar o disminuir la cantidad de dinero (metiendo y sacando billetes de la caja) para que fluya la economía.

Recuerden que, debido a la anterior crisis, durante mucho tiempo, los principales bancos centrales (Reserva Federal, Banco Central Europeo, Banco de Japón o Banco Central de China) han estado inyectando mucho dinero en el sistema, creando balances que les han permitido comprar activos desde el 2007 por valor de 30 billones de dólares. Para poner estas cifras en contexto, estas cantidades representan más o menos un 135 % del PIB en el caso de Japón, un 67% del PIB europeo, un 35 % del PIB americano o el 33 % de la economía china. Añadido a esto y por las consecuencias del covid, se han puesto medidas fiscales extraordinarias, aumentado las desgravaciones y también directamente otorgando dinero a los consumidores en ciertos países.

Ahora, por las circunstancias ya explicadas en estas mismas páginas, los precios no han dejado de subir en los últimos 18 meses fruto de los enésimos rebrotes del covid, la escasez de fuentes de energía y los problemas en la cadena de suministros y el transporte, a lo que sumamos este año la crisis del gas ruso. Para mitigar la subida de los precios, los bancos centrales han empezado a reducir sus balances, minorando los programas de compras de deuda y han subido los tipos de interés para contener la subida de los precios. La reactividad de la economía a las subidas de tipos en otros momentos de la historia ha variado mucho, pero suele ser bastante alta. Tipos más altos implican menos consumo y este menor consumo acaba moderando los precios en poco tiempo. Además, el mercado de renta fija se adapta rápidamente y descuenta los siguientes movimientos en los tipos de los bancos centrales.

Pero no olvidemos que, en esta ocasión y a diferencia de otras crisis, la cantidad de dinero en el sistema sigue siendo muy alta y lo que nos ha permitido soslayar una crisis económica sin precedentes… ahora está teniendo repercusiones en los precios. Los bancos centrales pueden seguir subiendo tipos para frenar el consumo tan rápido y tan intensamente como lo han hecho estos meses, pero no pueden, ni deberían, reducir sus balances tan rápidamente, y de ahí que los efectos de subir tipos vayan a ser más limitados que en otras ocasiones. Ya estamos viendo moderarse algunos datos adelantados de precios, como los de producción en China, los de importación en Estados Unidos o, incluso, el IPC norteamericano, que en la estimación de septiembre se redujo una décima.

Mientras se moderan los precios, en las tardes de lluvia que nos vienen por delante, disfrutemos paseando por la Ribera Sacra, Ribadeo, Combarro o visitando la Torre de Hércules aunque sea en el tablero. Eso sí, cobrando los 200 cada vez que pasemos por la casilla de salida.

Álvaro Galiñanes es director de Inversiones en Santander Private Banking Gestión.